Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

Historias del Born

El nonagenario Ignacio Roca Buades vio acabar el paseo del Born. B. Ramon

En más de una ocasión habremos pedido a nuestros mayores que nos cuenten historias relacionadas con la genealogía, costumbres y anécdotas de la vida familiar de cuando eran pequeños, o que oyeron contar de sus padres y abuelos. Estas ganas de escudriñar en el pasado suelen extender la curiosidad por conocer detalles de la vida palmesana. A veces se ha tenido la suerte de que algunos de esos abuelos o abuelas no se han conformado en contar sus recuerdos a sus hijos y nietos, pues han querido dejar por escrito algunas de sus viejas vivencias y anécdotas. Si, además, esas memorias luego han sido publicadas, su trascendencia supera las fronteras meramente familiares. Este es el caso de las memorias que escribió Ignacio Roca Buades (Palma 1852-1943), un ciutadà nonagenario que mantuvo su mente despejada hasta el final de su vida.

Veinte años después de su muerte, en 1963, sus escritos fueron recogidos y publicados en Barcelona bajo el título de Mis recuerdos, con prólogo de su amigo Juan Suau Alabern. En 2006, el editor Miquel Font lo reeditó en su colección Urbs Vetus, esta vez en catalán, bajo el título de la La Ciutat dels records. Palma 1852-1943, con prólogo de Pere Fullana. Fullana ya había prologado anteriormente, para el mismo editor, también en segunda edición, las memorias de Bartomeu Ferrà, las cuales abrazaban toda la segunda mitad del siglo XIX. Pero aunque las de Ferrà también son de un gran interés, hoy es conveniente entretenerse con las memorias de Ignacio Roca Buades que sin duda son un precioso documento que permite asomarse a la vida burguesa de la sociedad palmesana preturística.

No crea el lector que las memorias de Roca Buades sean una serie de anécdotas de carácter familiar. Nuestro cronista, durante casi un siglo de vida, tomó el pulso a la sociedad que le tocó vivir. Ignacio Roca fue un niño que todavía pudo desplazarse por Palma a lomos de una burrita "argelina", a la cual llevaba a abrevar a la fuente de las Tortugas; vio acabar el Born; vio erigir el monumento a la reina Isabel y lo vio derruir. Él formó parte de una generación que disfrutó paseando por las murallas de Palma, la misma que, en la aurora del nuevo siglo, las vio sucumbir bajo el golpe de la piqueta impulsada por la modernidad.

El autor conoció una Palma en que una niña se ruborizaba al ser descubierta enseñando un zapato, en una época en que se usaban los vestidos largos por lo que casi ni se le veían los pies a las chicas: "Era la hora del paseo cuando una distinguida y bella niña se encontraba sentada perezosamente en una butaca con algunas amigas y, al pasar frente a ella, me fijé que enseñaba levemente sus zapatos. Al percatarse de su despiste, esta señorita, retiró los zapatos, automáticamente, sonrojándose las mejillas, ruborizada a causa de mi atrevida e inocente mirada, y continué mi camino un poco perplejo ante la duda de haber cometido alguna acción contraria a la buena educación". Sí, sí, esta Palma existió y fue la que vivieron nuestros bisabuelos.

Una de las primeras cosas que rememora Roca Buades es el lugar donde el corazón de la ciudad palpitaba de forma más intensa: el Born. Foro indiscutible de la juventud palmesana, en "nuestro paseo romántico"-así lo denomina el autor-sucedían las cosas más interesantes del día. Una costumbre con cierto arraigo, y que debió pervivir hasta el inicio de la Guerra Civil, era el reparto de octavillas amorosas o chistosas, la mayoría de las cuales escritas con absoluta corrección e inocencia. Esos panfletos eran escritos por alguna o algún joven camuflado en el anonimato, el cual glosaba la personalidad o aspecto de algunos de sus conciudadanos. Una de esas octavillas hablan de lo que uno se podía encontrar durante una tarde cualquiera en el Born: "Si para leer tienes calma, verás el Borne de Palma/ Y huirás todo escamado, al dar con las Conrado/ A sentarse es la primera/ la Mercedes Formiguera/ y a su lado habrás de ver, la Mariquita Riquer/ Cuando crees que no es nada, Zas! la familia Escalada/ Se te hará agua la boca/ al ver a Conchita Roca/ el viudo las divisó, y tras ellas se sentó [...]/ Cerca de las diez verás, impacientes las mamás/ Y al oír las once dar, todas se van a cenar". Como se observa, aparecía retratada mucha gente, con nombre y apellidos o sin ellos, todos reconocibles. De este paseo, Roca Buades describía cada negocio que allí había e iba repasando casa por casa: Can Sitjar, Can Muntaner de s'Olivaret, Can Alomar, Can Desbrull? muchas de ellas ya desaparecidas.

También recordaba algunos personajes singulares que formaban parte del paisaje cotidiano de Palma. Como el célebre Valencianet que vendía cacahuetes dando la vuelta al Born más de doscientas veces en una noche. O como el señor Serra que a la hora del paseo comunicaba a amigos y conocidos la hora que iban a llegar sus amigas, las palomas, a las que tenía domesticadas y hacía volar describiendo entretenidos dibujos en el aire. O En Tomàs dets Embulls, que vendía artefactos de fabricación casera para cocinas y comedores de las casas burguesas. O En Nei-Nei, un hombre especial, de pocas luces, vagabundo, marinero de profesión y especialista en pescar "crancs peluts" a los que llevaba ligados en hilera, en forma de rosario. También trepaba a los árboles del paseo del Born y con una especie de tirachinas cazaba gorriones. Tanto sus cangrejos como sus gorriones tenían mucha aceptación entre sus conciudadanos. O en Miquel es Sego, que a pesar de ser totalmente ciego, ninguna persona que no lo conociese jamás se percataría de ello, pues andaba por el Born y sus inmediaciones como pez en el agua. Cuando alguien se le acercaba, tras reconocerlo por su voz, entablaba conversación preguntando por todos los parientes de su interlocutor. Trabajaba en una tienda en la que se vendían escobitas, cestas y otros objetos domésticos, en la calle Sant Nicolau, donde hoy se encuentra La Pajarita.

Otro personaje singular era En Pep de n'Enteme, un discapacitado que se paseaba por la calle repitiendo siempre las mismas expresiones: Ja ni ha de fam! Ja hi vas errat! Decía Roca Buades que nunca le oyó decir otra cosa. El autor recuerda que un día iba un magistrado de la Audiencia por la calle de San Nicolás el cual, al cruzarse con él, le espetó la consabida frase: Ja hi vas errat! El otro al sentirse aludido le pegó un manotazo que le hundió la chistera hasta los ojos.

Este tipo de historias eran las que ocupaban las conversaciones de nuestros bisabuelos, recuerdos de una Palma de ayer.

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