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Palma a palma

Olores de ciudad

Olores de ciudad

Algunas cosas te reconcilian con la vida. Como por ejemplo, salir de casa y oler a ensaimada recién hecha. O entrar en una tienda y aspirar el perfume del café. O pasar por delante de una floristería y apreciar los diferentes aromas, en una mezcla imposible que no responde a ninguna flor en concreto.

En una civilización tan visual como la nuestra, los olores son los convidados de piedra. Sólo empleamos ese genérico para designar malos aromas, pestilencias o exudaciones. Como si en la ciudad no hubiera sitio para las fragancias agradables.

Los olores te encienden luces en la casita de muñecas de los recuerdos. Van directamente a la memoria, sin pasar por el intermediario de la razón. Por eso su efecto es tan inmediato y tan profundo.

Hay tantos y tantos itinerarios y guías para recorrer Palma. Pero ninguno que se base en los olores. Eso ya nos demuestra hasta qué punto este sentido está ausente de nuestra percepción cotidiana.

La ciudad de los olores comenzaría en los hornos y las pastelerías. Esos lugares mágicos que despiertan recuerdos de la infancia y una especie de gula metafísica. Seguiría por cafés que todavía huelen a café. Por alguna chocolatería. Pasaría por algunos restaurantes caseros. No faltaría la frutería o la tienda de verduras. Ni por supuesto los puestos de especias, cada vez más difíciles de encontrar por cierto.

Una variación siempre interesante consiste en entrar en una tienda de telas. Me resulta fascinante la combinación de colores y texturas con ese olorcillo al tejido nuevo. Rozagante y profundo. Y por supuesto, acercarse al mar vivo de la zona del Parc de la Mar. Donde la espuma de las olas todavía te impregna del perfume a salitre y alta mar.

No visitamos los lugares feos y poco interesantes de una ciudad, sino que seleccionamos. Lo mismo deberíamos hacer con los olores urbanos.

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