Una sonrisa. Estupor. Cachondeo. Algunas de las propuestas de servicio público suelen generar estas reacciones entre los sufridos ciudadanos. Uno de los proyectos más hilarantes que recuerdo a lo largo de mi vida profesional partió del Govern de Gabriel Cañellas. Proponía que una parte del tramo ferroviario abandonado entre Manacor y Artà ofreciera la posibilidad de cubrirlo con ciclotrenes. ¿Y eso qué es?, se preguntará el lector. Era un vehículo parecido al troncomóvil de los Picapiedra, dotado con ruedas adaptadas a las vías y movido por la fuerza de las piernas de los usuarios. No seguiré con los detalles, solo les diré que jamás se puso en marcha.
La fotografía de Torrelló que ilustra el artículo recuerda que en 2001 Palma contó durante doce días con un transporte de mototaxi.
El nombre lo dice todo. 23 motovespas, conducidas por el taxista, se desplazaban por la ciudad esquivando atascos para trasladar a su destino a un único pasajero.
Fue una iniciativa del empresario francés Bernard Clavière. Los usuarios pagaban una bajada de bandera de 250 pesetas (1,50 euros) a los que había que sumar 100 pesetas (60 céntimos de euro) por cada kilómetro recorrido.
El proyecto era ambicioso porque el promotor proyectaba expandirlo a toda España y ofrecer al mismo tiempo servicio de mensajería.
La empresa se estrenó el 3 de agosto de 2001. De inmediato se alzaron las protestas de los taxistas. Una actitud que recuerda lo que ocurre en la actualidad con el proyecto del Govern de crear líneas de autocar entre Son Sant Joan y los principales destinos turísticos de la isla.
Entonces los taxistas contaron con el respaldo de la ley porque Mototaxi no contaba con licencia de actividad -¿cuántas empresas han funcionado sin este papelito- y con el apoyo del alcalde de la época Joan Fageda. Mototaxi cerró la puerta el 14 de agosto y jamás supimos si tenía alguna posibilidad de éxito. ¿Se imaginan hoy una Palma plagada de motos amarillas con conductor y un único pasajero?
