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Palma a Palma

El pan nuestro

Es una pena que Palma no defienda más esa individualidad y tradición del pan

El pan nuestro

He tenido la suerte de vivir en dos casas cercanas a una panadería. No hay palabras para definir ese olor germinal, profundo y acogedor del pan recién cocido. Cuando sales por la mañana de casa, te recibe como una bocanada de optimismo, de confianza en la vida, de buen humor.

Y es que el pan contiene tantos significados ocultos que hemos acabado por olvidarlos. El pan, en todas las culturas antiguas era más que un alimento, lo mismo que el vino siempre fue más que una bebida. El pan de la comunión, el pan ázimo de las ceremonias, el pan de la caridad...

Por todo ello, es muy triste lo que nos trae esta sociedad de consumo. Basada en la globalización, la uniformización y los factores económicos. Desde unos años, resulta cada vez más difícil comprar pan con personalidad. Muchos de los establecimientos se han industrializado. Los hornos se encuentran en lugares diferentes al de la expedición comercial. Y en ocasiones una misma panificadora fabrica para diversas panaderías.

Ese pan singular, en un lugar con una miga más prieta, en otro con ese carácter moreno, en otro más mantecoso, más blanco, más negro... Esa variedad se está reduciendo a marchas forzadas. Con ello no sólo se está perdiendo una riqueza artesanal, sino que se banaliza el papel del pan.

Hay un dicho que afirma: "Pan con pan, comida de tontos". Pero en este caso estoy muy en desacuerdo con el sentir popular. Cuando un pan es sabroso, lleno de masa y de espíritu, a veces es capaz de redimir cualquier comida insulsa. Te llena de una plenitud de sentidos que no puedes sino agradecer.

Es una pena que Palma, que se define precisamente como "territori llonguet", no defienda más esa individualidad y tradición del pan. Que en tantos sentidos nos alimenta.

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