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Palma a palma

Licor de la memoria

Es una de las cosas más importantes de la vida, y nadie nos enseña como gestionarla. Los recuerdos nos marcan para siempre. Y no son cosa siempre anclada en el pasado. Sino que tienen una gran importancia en el presente, y también proyectan su influencia hacia el futuro. Los recuerdos enferman o curan. Los recuerdos alivian. Los recuerdos emborrachan.

Recuerdo la imagen de una gran salón de una residencia de ancianos. Todos se movían nerviosamente. Voces, gritos, golpes. De repente sonó por los altavoces una música antañona, de su época. Y se hizo un silencio muy profundo. Todo el mundo se quedó inmóvil, con la mirada perdida. Sumergidos en el océano de recuerdos que suscitaba aquella música. Todos viajaban hacia otros momentos de sus vidas, gracias a la música.

Los recuerdos deben ser degustados como el vino. Con rito y con respeto. Porque son una especie de licor de la memoria, que sorbito a sorbito te altera el estado de ánimo. Y en una dosis demasiado alta, embriagan.

Si alguien nos enseñara a gestionar esa parte emocional de la memoria, podríamos utilizarla como recurso anímico. Sabríamos tal vez que en determinados momentos, una música o un paisaje nos trasladarán a una fase de la vida que añoramos, o que hace tiempo no hemos visitado. Y al regresar de nuevo a ella, desaparecerán las tensiones y las contradicciones del presente. Incluso tal vez aprendamos cosas nuevas, que de otro modo nos son desconocidas. De la misma manera que a veces un vaso de buen vino nos refuerza el ánimo y nos hace sentir mejor.

Qué pena todo ese capital de recuerdos que se encuentra desordenado, perdido en muebles y cajones ya inaccesibles. Ajado y enmohecido como las cosas que durante mucho tiempo no se frecuentan. Se van acumulando como esos montones de diarios y revistas viejas, que al final no sirven para nada y sólo crían suciedad y polvo.

Cuando en realidad no podemos explicarnos a nosotros mismos quiénes somos sin recurrir a los recuerdos.

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