Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

De la Fortaleseta al fortín de la Torre d'en Pau

Edificio de la torre d'En Pau en la actualidad. S. Llompart

Uno de los aspectos que más preocuparon a los mallorquines durante siglos fue la seguridad de la isla. Numerosos peligros se cernían constantemente sobre la población. El siglo XVI corresponde a una época en que Palma vivió especialmente esa preocupación. La posibilidad de sufrir la invasión de una potencia extranjera, la necesidad de repeler las cada vez más frecuentes razzias de los piratas berberiscos, así como el avance tecnológico de la artillera, provocó la necesidad de repensar la defensa de la capital balear. Para subsanar esta carencia se destinaron una importante cantidad de los recursos del reino. La actuación más importante fue proyectar un nuevo lienzo de muralla articulado mediante baluartes, que vendría a sustituir la antigua muralla medieval de origen islámico. Al mismo tiempo, se constituyó una importante red de atalayas provistas de almenaras (torres de foc) repartidas a lo largo de la costa mallorquina para poder activar lo antes posible la defensa de la isla.

Es necesario recordar que en esa época ya existían algunas torres marítimas de origen remoto, como eran las de Portopí, Sant Nicolau, Pelaires-estas tres flanqueaban la ensenada de Portopí-, la torre d'en Carròs, levantada en las inmediaciones de S'aigo Dolça o la torre denominada la Fortaleseta-con este disminutivo de "fortaleza" aparece en el plano de Joan Binimelis, de finales del siglo XVI-en el Coll d'en Rebassa. Esta última fortificación debió servir de refugio ante los ataques sorpresa de los piratas. Recordemos el asalto sufrido durante la noche de 1559, cuando un numeroso grupo de piratas desembarcó frente el Cap del Romaní y asaltó la población de Sant Jordi.

El peligro siguió siendo muy alto durante muchos años... siglos. El cronista Joaquín Mª Bover explicaba que "las muchas incursiones de los piratas argelinos que vararon en las riberas de esta isla cometiendo asesinatos y saqueos de consideración, fueron motivo para que en el año 1666 se edificase esta fortaleza". Bover se refiere a una nueva torre que se erigió cerca de Cala Gamba, concretamente en el Cap del Romaní, por ello rebautizado como el Cap de la Torre. Si observamos los mapas del siglo XVII concernientes a la bahía palmesana, se constata la desaparición de la Fortelaseta del Coll d'en Rebassa. Ello justificaría la construcción de esa nueva torre en el Cap del Romaní. Según Fernando Weyler, en su Historia Militar de Mallorca, la fortificación se empezó a construir un poco más tarde, en 1681, momento en que "el rey concedió a Miguel Roig maestro albañil, el construir a sus expensas una torre, con sujeción al plano levantado por el gobernador, en el sitio llamado Punta den Romaní, con la obligación de guardarla, y promesa de transmisión de padres a hijos; sujetándose emperó, a la obediencia y visita de oficiales mayores y rondas. En 1699 [la torre] fue renovada por Pablo Roig, denominándola de San Alberto, aunque vulgarmente se ha conocido hasta ahora, con el nombre den Pau", es decir, la Torre d'en Pau. A continuación Weyler añadía: "Esta torre con foso, puente levadizo y defendida por dos piezas [de artillería], aun subsiste" Weyler escribió esta descripción en 1861. Quién podía pensar que diecinueve años después de este relato, esa misma torre sería demolida (1880).

La torre se derribó por haber quedado obsoleta. No se debe perder de vista que desde las primeras décadas del siglo XIX la amenaza de ataques piratas prácticamente había desaparecido. La subasta de una parte importante de atalayas a partir de 1856 y la disolución del cuerpo de atalayeros en 1872, así lo corroboraron. De todas formas, los pobladores de Mallorca no dejaron de otear el horizonte con angustia, obligados a estar siempre en vilo. Tal como explica Nicolau Cañellas en su trabajo sobre las fortificaciones de Mallorca durante la Restauración, desde 1830, tras la conquista de Argelia por parte de Francia las Baleares quedaron expuestas en medio de la ruta del país galo y su nueva colonia. Al mismo tiempo las innovaciones metalúrgicas aplicadas a los buques de guerra y a su artillería desde mediados del siglo XIX inutilizaba las medidas defensivas de la costa. A partir de 1855 aparecieron los primeros barcos acorazados y los primeros cañones rayados que disparaban proyectiles de 765 kg. De repente, ningún cañón de costa podía perforar el casco constituido por planchas de hierro, y eran pocas las fortificaciones que podían resistir el cañonazo de un acorazado. Adaptar la defensa de la costa a esta nueva situación no era tarea fácil. Además, España no pudo reaccionar a esta nueva situación de indefensión hasta 1880, debido especialmente a los años convulsos iniciados por la Gloriosa de 1865.

Tradicionalmente, atacar una plaza fuerte-como era Palma-desde el mar era considerada una acción muy peligrosa. Ello era debido a que los cañones de costa tenían más ventajas que los que había a bordo. Eran más precisos los de tierra. Según Nicolau Cañellas, antes los barcos se tenían que aproximar por lo menos a setecientos metros de la costa, con el riesgo que ello conllevaba, para poder neutralizar las baterías costeras. Además los muros de mampostería de la costa eran más resistentes y fáciles de reparar que los cascos de madera de los buques. Por tanto, ante esta situación, la marina tenía como objetivo sitiar la ciudad por mar, evitando la entrada de víveres y refuerzos, mientras que el ataque se reservaba a las fuerzas terrestres. Este aspecto explica que, a la hora de construirse el gran recinto amurallado de los baluartes de Palma, se diese prioridad al tramo terrestre, dejando para lo último la parte de la muralla que asoma al mar.

Esta lógica empezó a cambiar a partir de 1860, momento en que se introdujeron los vapores acorazados. A partir de entonces, el ataque marítimo fue considerado la principal amenaza para la ciudad, por lo que a partir de entonces la construcción de nuevos elementos defensivos se circunscribieron a la costa.

La amenaza que se vivió en Palma en 1873 ante la posibilidad de ser atacados por la flota de la Revuelta de Cartagena, dejó en evidencia las deficientes defensas de la ciudad. Buena parte de la población huyó al campo. Los barrios del Terreno y Santa Catalina fueron desalojados. Por suerte ese ataque nunca llegó, pero obligó a replantearse el sistema defensivo de Palma y por extensión de toda la isla. Mientras el ingeniero Eusebio Estada advertía que las murallas de Palma y demás defensas terrestres simplemente eran inútiles para protegerse de un ataque, los ingenieros militares buscaban soluciones efectivas para proteger la plaza fuerte. A partir de entonces era absurdo querer concentrar los cañones en los baluartes. La potencia y alcance de los nuevos proyectiles obligó a trazar un plan de defensa que incluyera toda la bahía de Palma. Fue en esos momentos cuando se creó una línea de fuertes interiores formada por San Carlos, la Bonanova y la Torre d'en Pau; y otra de fuertes exteriores formada por Illetas y Cap Enderrocat.

Como ya se ha dicho, la Torre d'en Pau del siglo XVII, fue derruida en 1880, al lado de la cual se empezó a construir, en 1892, un fuerte el cual conservó el nombre de Torre d'en Pau. Las obras finalizaron en 1897. Esta es la fortificación que ha llegado hasta nuestros días.

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