"Llegaron con un todoterreno, sacaron una mesa y varias sillas, las colocaron en medio de la calle y se sentaron a beber champán". Ocurrió un sábado en el entorno del mercado de Santa Catalina y es el ejemplo que ponen tanto el presidente de los tenderos como la portavoz vecinal de es Jonquet para mostrar el "desmadre" al que ha llegado el centro neurálgico del barrio marinero los sábados a partir del mediodía y hasta bien entrada la tarde. Entre semana y a primeras horas de la mañana de un día como ayer, se mantiene el encanto del tradicional mercado, pero los puestos de productos de alimentación se quedan casi sin clientes en cuanto empiezan las aglomeraciones aglomeracionesalrededor de los que ofrecen aperitivos y bebidas antes de que la marcha del tardeo continúe en las discotecas que abren a las 17 horas.

Las tapas y el vermú en Santa Catalina están provocando lo mismo que las degustaciones en el mercado de la Boquería: morir de éxito. En Barcelona, para que no suceda, el ayuntamiento ha anunciado que prohibirá que los puestos vendan productos de consumo inmediato, una práctica en aumento dirigida a los miles de turistas que cada día visitan el céntrico mercado de las Ramblas y que ha ahuyentado a los clientes habituales debido a la saturación del conocido recinto.

Llenar la cesta de la compra un sábado al mediodía también es una odisea en Santa Catalina. "La semana pasada, una mujer mayor tuvo que dar un rodeo y buscar otra entrada porque no le dejaron pasar por la situada enfrente de la farmacia", explica el presidente del mercado, Virgilio Izquierdo. "Los pasillos están tan repletos que quienes acuden a hacer la compra apenas pueden acceder, por lo que muchos habituales han dejado de venir los sábados a esta hora", lamenta Dante Beramendi, empleado de una frutería situada frente a un bar. Su compañera, Mari Carmen García, critica sobre todo la falta de respeto de algunos clientes de los negocios de tapas, ya que "ponen los abrigos, bolsos, platos y copas encima de las cajas de fruta. Y no te cuento lo que te puedes llegar a encontrar en los baños", añade.

Miguel Cortés es un habitual del mercado, aunque mañanero, porque "venir más tarde es un gran incordio, debido a que se está desvirtuando la finalidad del lugar, es decir, vender productos frescos. Esa es su función, pero hay nuevos negocios que lo están echando a perder", como advierte antes de ser atendido ayer por Aina Moyà. Esta pescadera es la cuarta generación del puesto que hace esquina con la entrada de la calle Aníbal, perteneciente a una familia procedente del puerto de Sóller; e incide -como García- en la mala educación de numerosos clientes de los bares: "No dejan pasar a la gente mayor, padres con niños, compradores con carritos de ruedas..., por lo que muchos han cambiado sus costumbres y han adelantado la hora de las compras, pese a que les gustaría no madrugar el sábado, el único día que pueden venir al mercado", según explica Moyà.

Otros "han dejado de acudir", reprocha Tomeu Buades, de la carnicería ecológica de Ecoilla, "debido a las aglomeraciones a partir del mediodía y la falta de aparcamiento en los alrededores", ya que es ocupado por los clientes del tardeo, procedentes de toda la isla y de edades que superan los 40 años. Reconoce que las ventas han disminuido, como confirman todos los consultados, y Carina Ramon calcula que lo han hecho hasta un 25% de media.

Esta frutera, que regenta el puesto que ya llevaron antes sus padres y abuelos, lamenta sobre todo que "si la situación sigue así, se puede perder la función social del mercado. Es un barrio con gente mayor cuyo único contacto con el exterior es la conversación con los tenderos. Hablamos de lo que van a comer, lo que les duele y sus cosas". Pero ahora muchos no acuden los sábados. Recuerda que "la finalidad originaria de los mercados es el comercio, no el ocio, y lo que están haciendo los nuevos es pan para hoy y hambre para mañana", destaca. De todos modos, es optimista y cree que el tardeo es "una moda pasajera" y que los clientes de las tiendas de alimentos frescos continuarán acudiendo, porque "se venden productos exclusivos, que no hay en otros lugares, y se da un trato especial, algo que se valora cada vez más", especifica.

Actividades irregulares

En el mercado barcelonés de la Boquería, el ayuntamiento de Ada Colau controlará que los puestos que ahora ofrecen degustaciones no acaben funcionando también como bares. Algo similar solicita la junta directiva del mercado de Santa Catalina al consistorio de Ciutat. "Simplemente queremos que hagan cumplir la normativa", resume el presidente. Resulta que hay varios establecimientos que han sido sancionados por Cort "por no ajustarse a la actividad para la que han sido autorizados", aunque siguen incumpliendo, por lo que la única solución es "que sean cerrados".

De los 53 negocios existentes en la actualidad, la mayoría están dedicados a la venta de productos perecederos y solo tres tienen la licencia de bar. "Originariamente servían a los propios trabajadores del mercado y a los clientes que venían a hacer la compra, y así continúa durante la semana. Los sábados tienen otra clientela, pero nunca había supuesto un problema hasta que llegaron los nuevos establecimientos y todo comenzó a desvirtuarse", detalla Virgilio Izquierdo.

Primero fue un puesto de sushi, después llegó el de ostras y el más reciente es un local autorizado "para vender comidas preparadas para llevar, no para tomar aquí". El mercado dio vía libre a los citados negocios, aunque poco a poco "fueron derivando su actividad hacia la restauración", y lo mismo hace los sábados una charcutería cuya oferta de degustación es un tapeo con bebida. Basta darse un paseo a partir de las 13 horas para comprobar que se han convertido en auténticos bares, en los que no solo se sirven los productos para los que tienen autorización, sino que también ofrecen cañas, copas y cafés. "Imagina que hiciésemos lo mismo en una frutería o una pescadería. Los negocios de toda la vida respetamos las actividades para las que nos han otorgado una licencia. Somos muchas familias las que vivimos del comercio y si se rompe el alma del mercado, se acaba todo", concluye una tendera que prácticamente nació entre los puestos de Santa Catalina.

El vecindario lo sufre

No solo sufren los comerciantes, también los vecinos: Ruido hasta bien entrada la tarde, suciedad por la calle, gamberrismo de la gente excesivamente borracha, despedidas de solteros donde el jaleo y el menosprecio a quien protesta es la tónica dominante, sobreocupación de la vía pública con las terrazas de los bares del entorno, decepción de turistas y residentes extranjeros que se han mudado al barrio y un sinfín de quejas por parte de miembros de la asociación vecinal Barri Cívic de Santa Catalina y la portavoz de es Jonquet, Magdalena Moragues. Ella, además, tiene que soportar a quienes acuden a las discotecas después del tardeo en el mercado, por lo que los desmanes frente a su vivienda no acaban hasta bien entrada la noche.