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Azar

Los tres últimos bingos

El 30 de enero el Náutico cerró sus puertas. Palma llegó a contar en sus años dorados con doce salas. Hoy sobreviven Rosales, Menorca y el veterano Versalles. Apuestan por seguir cantando

Dos semanas atrás echó el cierre el bingo Náutico. El local estaba en manos de un administrador concursal. Los acreedores, con el agua al cuello. El día 30 de enero vendieron su último cartón. En Palma ya solo quedan tres bingos, el Palma, más conocido como Versalles, el Menorca y el Rosales. Los tres lamentan el adiós del Náutico. Todos han conocido épocas mejores. Hubo un tiempo en que la ciudad cantó mucha línea, se llegaron a contabilizar hasta doce salas en Palma, y catorce en los pueblos.

"Eran demasiados", opinan quienes conocen un negocio que no se queda detenido en el tiempo. La tecnología ha asomado la nariz en un juego cuyo origen se remonta, según las versiones, a la antigua Roma, aunque parece que fueron los norteamericanos quienes lo popularizaron. En España hubo que esperar a la muerte de Franco para que el juego se legalizara en 1977. En la dictadura solo se permitía apostar en las quinielas y en la Lotería Nacional. Con la tolerancia, el bombo de las 90 bolas no paró de girar.

"Cuando mi padre abrió el bingo era gracioso ver las colas que había. Su legalización supuso un auténtico boom", señala Toni Aloy, hijo del fundador del Bingo Menorca, que este año cumple ocho décadas.

De los tres supervivientes, el primero en cantar bingo fue el Palma, más conocido por su actual nombre Versalles, debido a que ocupó el local donde se alojó el cine con el nombre del palacio francés. Éste abrió en 1979. Tres años después se trasladó a su actual sede en la calle Frances Barceló i Combis. Su actual director Mario Sánchez podría escribir buena parte de la historia del bingo en Mallorca.

Él empezó a trabajar en la sala Constancia en Inca. Lo compaginó con los estudios de Derecho pero pudo la emoción de los primeros y trepidantes años de la liberación de un juego que consiste en llenar el cartón, que tiene 15 números, y que un trabajador de la sala va cantando según salen del bombo. Hay matemática pero también azar.

Mario explica que "los requisitos para entrar a trabajar en un bingo eran muy estrictos ya que te pedían certificados penales porque había que demostrar que eras honrado. Después ya se derogó el carné profesional. La mayoría de los que trabajan son vendedores. A mí me valió la experiencia. Me enganchó el horario que me permitía compatibilizar con los estudios, pero al final no acabé la carrera". No se lamenta.

Dejó Inca porque los del bingo Balear le llamaron para estrenar su sala de juegos. En 1986 se fue al Versalles y ahí sigue. Hoy es director del decano de los bingos supervivientes de Palma.

Inicialmente, en España los primeros bingos se asociaron, o debían estar avalados por una sociedad deportiva o benéfica. "Parte del dinero recaudado iba destinado a una entidad de estas características, en la línea de la ONCE", explica Sánchez. Después los bingos se convirtieron en empresas privadas de juego, sociedades anónimas.

El aforo es el que determina la categoría. Así el Rosales es de primera porque puede albergar a 510 personas, mientras que los dos anteriores tienen una capacidad para 250 plazas. Eusebio Cano es el presidente y uno de los socios propietarios de la empresa Amipal que gestiona una sala que en los años 80 fue escenario de los conciertos de la 'movida madrileña' en Palma.

"Mantener un bingo es muy caro. Son muchos gastos. Aquí trabajamos 65 personas. No cerramos ni un día al año. Creo los bingos tienen futuro aunque hemos de ofrecer más cosas, un buen servicio en restaurante, bar, y aunque está bien adaptarnos a los cambios tecnológicos, al jugador de bingo le gusta lo clásico", opina.

No tiene una opinión parecida Toni Aloy. Es el más pesimista de los tres en cuanto al futuro de este tipo de negocios: "La Ley del Tabaco nos machacó. Tenemos una tributación muy elevada. No hay relevo generacional en el público. Creo que nuestro sector se está muriendo. No tenemos futuro".

Con todo, ahí siguen los tres locales. Cada seis minutos, un cartón que cuesta dos euros. Los premios varían. Cuantos más jugadores, más grande el bote. El perfil del jugador de bingo es mujer, de mediana edad, que pasa la tarde con amigas; los fines de semana, se apuntan los más jóvenes. Jugadores de bingo apasionados, Luis Aragonés, Mary Santpere, Manolo Escobar, el humorista Eugenio y "la hija de Rocío Jurado y su marido, el guardia civil", apunta Cano.

Hay anécdotas como bolas en el bombo. Un día, el propietario de la Casa del Jamón se acercó al Versalles con un talón de 5 millones de pesetas. Había vendido su popular negocio. "El hombre estaba eufórico y bebió mucho. Se había pedido un bocadillo de sobrasada. En un momento dado se subió a la mesa y empezó a gritar '¡me van a cobrar 300 pesetas por un bocata de sobrassada'!; al bajarle de la mesa nos quería pagar con el talón porque ya no le quedaba efectivo. Se lo había jugado todo al bingo", ríe Mario. "Hay mil historias detrás del bingo". Eugenio, del Rosales, asegura: "Aquí todos cantan".

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