A veces es necesario que sea alguien de fuera quien te descubra lo evidente. Por ejemplo, que el Teatre Principal es uno de los más bellos del país. En ocasiones tiene que ser la palabra de un extraño quien desvele lo afortunados que somos. Por ejemplo, al disponer desde hace casi medio siglo de una sala de conciertos como el Auditòrium, nacida cuando en toda España no existía ni un solo templo contemporáneo para la música.
La plasmación de tanta obviedad obliga a dar un paso analítico para que el artículo no se quede en una perogrullada. Qué inmenso es el Principal para la interpretación teatral. Qué fantástico es el Auditòrium para cualquier expresión musical. Y, por contra, cuánto cojean sus cualidades cuando intercambian los papeles para los que fueron creados.
En poco más de un año he admirado a Concha Velasco en los dos escenarios. Los matices interpretativos y la calidez que ofrece el Principal para una obra íntima no se encuentran en la gran sala del Passeig Marítim. El teatro en forma de herradura, felizmente recuperado por el Consell de Mallorca tras la desafortunada reforma de los años 60, mete al público en las entrañas de la obra. El espectador penetra en el alma de la Reina Juana, la obra interpretada en el teatro palmesano el pasado fin de semana, y se queda frente a la pantalla en Olivia y Eugenio, que la actriz vallisoletana subió al escenario del Auditòrium hace poco más de un año.
Cuando la Orquestra Simfònica se trasladó del Auditòrium al Principal alegando que con la crisis no se podían asumir los costes del alquiler, se sacrificó calidad musical. El conjunto orquestal suena maravillosamente bien en la sala creada por Marcos Ferragut. En cambio, en el Teatre Principal hay carencias físicas -el espacio es reducido- y también acústicas. Da igual si acompaña ópera, danza o actúa en concierto, los matices que se aprecian en el Auditòrium se escapan en el Principal.
Palma es afortunada al contar con esos dos espacios artísticos. Pero lo ideal es que cada uno se dedique a lo suyo.
