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Amor de coche

Amor de coche

Todos hemos experimentado la relación sentimental con las mascotas. Y el disgusto profundo que nos sobreviene cuando ellas desaparecen o mueren. Por más que el ser humano se considere superior a los animales, su pérdida genera incluso un duelo. Un vacío. Una gran añoranza.

Sorprendentemente, paso algo parecido con los coches. De acuerdo con que es una máquina. Un montón de mecanismos semianimados. Pero nos han acompañado en tantas ocasiones. Hemos vivido tantas cosas juntos...

Desprenderse de un coche genera una emoción intensa. Sobre todo cuando se trata de un vehículo con el que hemos convivido durante años. Uno piensa fríamente: "Me compro éste nuevo y lo cambio. Está mucho mejor". Pero cuando llega el momento de llevarlo al último viaje, a ese taller que es como el tanatorio de los coches, a uno se le encoge el corazón.

Das una vuelta de más. Tocas ese volante que antas veces has accionado. Aspiras el color a automóvil viejo, entre de gasolina, aceite y tapicería usada. Miras con tristeza esos asientos que te cobijaron en tantos viajes. Repasas con la mano los relieves del parabrisas. Y sientes, en cierto modo, que el coche te responde. Que llora y te suplica.

El amor de coche suele ser inconfesado. No queda bien manifestarlo. Uno se ha de mostrar como dueño de sus cosas y sus máquinas, más allá de los sentimentalismos. Pero los ingenios mecánicos, a su manera, tienen también existencia. Dirías que a veces muestran voluntad, incluso afecto. Se acaban mimetizando contigo. Comparten tantas cosas que resulta imposible no tomarles cariño.

No hay nada más triste que contemplar tu antiguo coche cuando lo dejas para el desguace o la venta. Indefenso, feo y viejo. Te parece estar abandonando a tu mascota en la perrera.

Porque las cosas, y eso ya lo sabían los antiguos, tienen su alma.

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