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Palma a la vista

Paterson está en Santa Catalina

Laura se ha dejado el paraguas en un callejón.

Lo cotidiano en clave poética. La belleza de las cosas más simples y más importantes: despertarse al lado de quien se ama y te ama; cumplir con tu trabajo aunque sea rutinario; tratar bien a tus compañeros incluso si no son de tu cuerda, escuchar, tener un espacio propio, dedicar tiempo para estar con los amigos. Tener un profundo respeto hacia el otro. Ver más allá de las cosas simples. Todo eso es Paterson, la bondad pura en metro noventa, la altura que tiene el actor Adam Driver,-¡mentira, le falta un centímetro!-, que encarna al protagonista de la reveladora película de Jim Jarmush: Paterson.

Paterson también es la ciudad de Lou Costello y de Alan Ginsberg y de Iggy Pop, como se encarga de recordar en recortes de prensa que cuelga en su bar, Doc; pero también es el nombre del protagonista: un conductor de autobuses que escribe poesía, aunque sería más preciso decir que es un poeta que conduce un autobús. En él escucha a dos jóvenes anarquistas y ve gemelos.

Sus poemas los escribe a mano en un cuaderno, es alérgico a la tecnología, no tiene teléfono móvil, al contrario que su amada, Laura, interpretada por la envolvente Golshiftenh Farahani. Ella es una artista que no para de pintar, grafitear, garabatear cenefas, círculos, cuadrados, triángulos, líneas, siempre en blanco y negro. Todo lo que tiene a mano, cortinas, alfombras, molduras de las ventanas y puertas, su ropa acaban siendo reconvertidos en su particular op art, del que no es consciente. No se libran ni sus cup cakes en una de las secuencias más hilarantes de una película que transcurre con la melodiosa suavidad de las voces de los protagonistas y de la luz cenital que les presenta los siete días de la semana en los que transcurre Paterson.

Incluso un poeta como Paterson puede estar en Santa Catalina donde en un escondido pasaje, en unas escaleras pintadas de rojo que conducen a una pequeña casa de dos alturas, Laura se ha dejado el paraguas. Por supuesto, lleno de círculos en blanco y negro.

Cualquier lugar puede ser bueno para un tipo como Paterson porque es un conductor de autobús que lleva personas corrientes y que a él no le suponen ningún quiebro más que dejarles en su destino. Él está en sus poemas sin dejar de estar atento a los demás. Es un desclasado de su tiempo pero respetuoso con Laura que está todo el día consultando en su iPad dónde encontrar una guitarra arlequín. El blanco y negro de Laura, la amada, la bellísima Laura, que solo tiene un defecto: su perro Marvin, al que cada noche Paterson saca a pasear. En Santa Catalina le han visto ladrarle a una gata que habita en el callejón, en el mismo lugar que su dueña se ha dejado el paraguas de circulos blancos y negros. En el barrio vive el poeta William Carlos Williams y un tal Aja, de Japón.

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