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Crónica de Antaño

La Casa del Pueblo en Palma

Esto es lo que queda de la antigua Casa del Pueblo. Lorenzo

El próximo día 20 de enero se cumplirán noventa y tres años de la inauguración en Palma de la Casa del Pueblo. La construcción de Casas del Pueblo en algunas de las capitales de España tuvo lugar a principios del siglo XX en el contexto de la expansión del socialismo europeo y del movimiento obrero. Tal como explica Pep Vílchez en el reciente libro La Casa del Poble i el moviment obrer a Mallorca (1900-1936), obra en la que han intervenido varios autores, estos centros se inspiraban en la Maison du Peuple belga o en las bourses du Travail francesas. En ellas se reunían las sociedades obreras las cuales disponían de una serie de servicios y actividades cívico culturales y políticas. La primera Casa del Pueblo fue la de Madrid (1908). La capital mallorquina tuvo que esperar a 1924.

Ya desde finales del siglo XIX, los socialistas de Palma querían conseguir un lugar donde reunir a las diferentes entidades obreras. En 1892 se constituyó la Agrupación Socialista de Palma. Un año después lo hizo la Federación de Sociedades Obreras, cuyo lugar de reunión era el Café Reñidero, en el solar que hoy ocupa la plaza del Olivar. En 1905, el Partido Socialista incorporó en su programa electoral de las elecciones municipales la cesión de un local de reunión para esas sociedades obreras. Durante más de diez años todos los intentos fueron en balde, hasta que en el mes de febrero de 1918 tuvo lugar una reunión inesperada. Juan March Ordinas convocó en su casa a un grupo de representantes de las sociedades obreras, encabezadas por los militantes socialistas Miquel Porcel y Julià Ferretjans, con la intención de anunciar a sus invitados la voluntad de dar una sustanciosa suma de dinero destinado a una obra que beneficiase la clase trabajadora. Cogidos por sorpresa, sin entender las verdaderas intenciones del magnate mallorquín, los socialistas permanecieron sentados frente a March y empezaron a pensar en voz alta en qué destinar el dinero ofrecido. Pronto estuvieron de acuerdo en que la construcción de la Casa del Pueblo era la mejor inversión que se podía hacer con esa donación. March estuvo de acuerdo, pero advirtió que él se encargaba únicamente de la construcción del edificio, por lo que el Ayuntamiento de Palma se debería involucrar en el proyecto cediendo un solar. De esta manera el usufructo sería de las sociedades obreras y la titularidad del edificio sería municipal. El historiador Pere Ferrer desvela la auténtica voluntad, aparentemente altruista, d´en Verga. Esa razón no era otra que "neutralizar la estrategia de la derecha, que, acusándolo de acaparador y de contrabandista de alimentos, intentaba lanzar en contra suya las masas populares. Juan March, con su objetivo, consiguió convertir su potencial enemigo en aliado el cual le ayudaría en el futuro a desbancar a la burguesía conservadora del lugar hegemónico que, en el año 1918, ocupaba la pirámide social". La derecha, que se percató de la operación, entendió que había perdido la batalla, mientras que March, en caso de darse una revuelta, tendría un salvoconducto entre las clases trabajadoras. Los anarquistas también se dieron cuenta de las auténticas intenciones del astuto donante. Socialistas y anarquistas polemizaron durante mucho tiempo y las bases del partido socialista no entendieron la aceptación de la donación. El descrédito de los dirigentes socialistas fue muy alto.

Según Pere Ferrer, en el Ayuntamiento de Palma la derecha se movilizó para evitar la donación del solar. Conminó a sus asociaciones afines para que también solicitasen un solar para reunirse. El 14 de marzo de 1918 se celebró el pleno municipal en el que se debía autorizar la cesión del solar, pero la mayoría conservadora evitó ceder el deseado solar con la excusa de no poder atender, por su elevado coste, todas las peticiones de las asociaciones. Mientras se celebraba el pleno, en la sala y en la plaza de Cort se concentraron centenares de obreros los cuales, al conocer el resultado de la votación increparon e insultaron a los concejales conservadores, muchos de los cuales necesitaron ser escoltados por la guardia municipal. Todo se había desarrollado tal como había calculado el taimado hombre de negocios. Ahora Juan March se había convertido en el aliado de los obreros, al mismo tiempo que señalaba al auténtico adversario de la clase trabajadora: la oligarquía burguesa. Finalmente, el magnate mallorquín no sólo compró el solar, ubicado en la calle Reina Maria Cristina, sino que pagó el alquiler de una sede provisional mientras se construía la definitiva. Además procuró que el Patronato que iba a regir la Casa del Pueblo estuviese controlado por los sectores moderados de la izquierda, queriendo marginar así a los anarquistas y comunistas que eran los grupos que realmente le preocupaban.

Para la inauguración de la Casa del Pueblo, dignísimo edificio proyectado por Guillem Forteza, March intentó que asistiera Indalecio Prieto, invitación que fue rehusada por el dirigente socialista español, consciente de las intenciones del mallorquín. El 20 de enero de 1924 tuvo lugar la ceremonia de apertura, que se celebró por todo lo alto. El socialista Julià Ferretjans fue el primero en hablar. Ante un numeroso público allí congregado, hizo un discurso de agradecimiento a Juan March. Luego tomó la palabra el magnate mallorquín y con un discurso demagógico espetó a los presentes: "Yo no puedo compartir íntegramente vuestras reivindicaciones. Pero he sido un trabajador como vosotros, yo he conocido los sinsabores y las amarguras de la inseguridad de la vida. Yo nada debo a la herencia; cuanto tengo me lo ha proporcionado mi trabajo". Al acabar todos los obreros aplaudieron entusiasmados.

Los anarquistas, desde un primer momento recelosos de March, acabaron abandonando la Casa del Pueblo. Según Pere Ferrer, las buenas relaciones entre March y un sector de los socialistas duró unos diez años, hasta 1929. Con el advenimiento de la II República, esa buena sintonía se tornó en una enemistad feroz. La creciente cuota de poder y la coparticipación en el control de los medios de producción que empezó a reclamar la clase trabajadora desde los inicios de los años treinta, preocupó seriamente a la burguesía conservadora. También a Juan March.

Poco antes de empezar la Guerra Civil, el 4 de junio de 1936 a las nueve y cuarto de la noche explotó una bomba en el Casa del Pueblo. En esos momentos se encontraba mucha gente allí, concretamente una reunión de obreros y los miembros de l´Orfeò Proletari que estaban ensayando. Hubo siete heridos. Años más tarde, Alfonso de Zayas, jefe de Falange, contaba en sus memorias que fueron unos falangistas de Manacor los que colocaron el explosivo. Sin duda, fue un acto premonitorio de lo que le iba a pasar a aquella casa. Como explica David Ginard, tras el golpe de Estado de julio de 1936, la Casa del Pueblo dejó de llamarse así para convertirse en un centro falangista. Una inmisericorde sorpresa más del destino. A principios de los años cuarenta pasó a ser la sede del centro sindical Verge de Lluc que permaneció allí hasta 1974, momento en que se tuvo que abandonar el edificio por amenazar ruina. Unos años después la casa fue demolida.

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