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Palma a Palma

Tiendas sin nadie

Tiendas sin nadie

Uno es decidido admirador de la actividad comercial. Las tiendas son pequeños oasis de humanidad en la geografía a veces algo hosca del mundo urbano. Cada una de ellas tiene su propio reclamo. Su estética. Su modo de ser. Su oferta. Y de una manera indirecta, nos proporcionan elementos de vida interior. Incluso cuando no entramos a comprar nada.

Así ocurre por ejemplo con los establecimientos que siempre están vacíos. Es una determinada clase de tiendas muy especial. Frente a las que siempre están llenas, con gente haciendo cola, hay otras que nunca tienen a nadie. Pasas por delante y te detienes delante de sus escaparates melancólicos. Llenos de cosas pasadas de moda. Inmóviles en el tiempo. Que no cambian en meses.

Atisbas en su interior y sólo percibes una claridad ambigua. Unos fluorescentes o luces macilentas. Las estanterías con cajas que tal vez no se han abierto en años. Probadores con la cortina abierta. Esperando en vano a la persona que quiera refugiarse en ellos.

El hecho de que esas tiendas no tengan clientes les otorga una especial intemporalidad. Las aleja del frenesí económico. De la competencia y la ambición. Ellas parecen conformadas a su destino. Incluso dirías que no desean que nadie franquee la puerta e intente comprar algo. Están demasiado absortas en su dimensión desconocida. En ese cajón del tiempo eterno que son los fracasos económicos.

Tal vez, los encargados de estos comercios se sientan tristes y fracasados. Lo ignoro. Pero si desde el punto de vista monetario la actividad les puede resultar ruinosa, en cambio desde el punto de vista metafísico son auténticos tesoros. Han logrado la eternidad cotidiana. El ser y no ser en un escaparate.

Ya sé que con ello no se paga el alquiler ni las nóminas. Pero las tiendas que no tienen clientes juegan en realidad la liga de otra dimensión invisible. Están más allá de la ganancia y el éxito.

Son símbolos de la existencia.

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