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Palma a la vista

La mirada de John Berger

En 'King', Berger convirtió un perro en protagonista. L.D.

No pudo decirlo mejor la nieta de John Berger: "Él ha partido". No se ha largado a comprar un paquete de tabaco como hacen los que no vuelven, tampoco nos ha dado un plantón traicionero. Se ha ido a explorar, a conocer otro lugar, a mirar desde el otro lado. Berger ha muerto, pero sigue vivo porque él nos enseñó a mirar más allá.

Me pregunto si alguna vez estuvo en Mallorca, si se confundió entre esos miles de compatriotas en una ciudad turbada como lo es un paraíso perdido llamado Palma. Al pintor, al crítico de arte, al poeta, al filósofo, al hombre, le gustaba la pintura de Miquel Barceló. Eran además amigos. A él le dedica el capítulo Charla en el estudio, de un pequeño libro al que siempre voy y vuelvo cuando quiero ver: El tamaño de una bolsa.

"Lo que toca toda pintura verdadera es una ausencia, una ausencia de la que, de no ser por la pintura, no seríamos conscientes. Y eso sería lo que perderíamos.

Lo que el pintor busca sin cesar es un lugar para recibir la ausencia. Si lo encuentra, lo dispone, lo ordena, y reza porque aparezca la cara de la ausencia.

Como bien sabes, la cara de la ausencia puede ser, por ejemplo, el ijar de una mula. A Dios gracias no hay jerarquías. ¿Y se salva algo?, preguntas. Esta vez, sí. ¿Qué? Una parte, Miquel, de aquello que no hace sino comenzar una y otra vez".

Camino por esta mi ciudad y me pregunto ¿qué lugar escogería John Berger de Palma?, ¿dónde se detendrían sus bellísimos ojos azules?, ¿quizá en una gárgola semiescondida de Santa Eulàlia?, ¿o tal vez en una planta de alcaparra que se abre paso en un muro de marés?

Creo que se habría fijado en ese perro que me precede, olisqueando las huellas de territorio que otros canes marcan como los hombres clavaron estacas para cercar la tierra y apoderarse de ella.

Al Berger escritor se le saludó en King, una novela en la que un perro se convierte en personaje principal y al que le hace hablar en una historia de amor de dos expulsados de la tierra, esos mendigos que no sirven al sistema. Hacia ellos dirigiría su mirada celeste y siguiendo al can se toparía también a esas mujeres que recogen flores en un descampado cerca de un ambulatorio.

Pienso que frente al edificio de acero que nos ha costado millones, John se quedaría tomando un café no muy lejos de la Oficina de Extranjería, a escasos metros del Palacio de Congresos. Masticaría en sus oídos los distintos acentos que se oyen en esa vereda llena de historias tristes, y quizá dejaría que su mirada se hiciera lápiz en un cuaderno de dibujo. Cuando su mujer Beverly murió tres años atrás, él le dedicó un Rondó. Mientras sonó la pieza de Beethoven, ella regresó de su ausencia. Ahora viajan juntos. El resto, abrimos los ojos y le damos gracias por enseñarnos a mirar.

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