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Palma a la vista

La resiliente libélula

El insecto se adapta bien a los cambios. Durante años se instaló en Jardí Botànic, pero este verano voló. Solo queda un dibujo de su paso

Del paso de Le Libèlle queda el dibujo de Sarah Watson.

La libélula, ese insecto que nos hipnotiza con sus juegos cromáticos, tiene una capacidad enorme de adaptarse bien a los cambios. Es una resiliente, que dirían hoy los psicólogos y afines. En el hablar común lo expresaríamos más sencillo: es una fácil. Los adscritos al taoísmo o al zen la verían como un junco.

Otra de sus características es que es una disfrutona. Su etapa adulta la vive a tope. Es, por tanto, una epicúrea en toda regla.

Si a ello le añadimos que aparte de su camaleónica hermosura es una devoradora de mosquitos, habrá que erigirle poco menos que un altar. Solo que se ha ido. Le Libèlle cerró el chiringuito este pasado verano, pero sigue en Jardí Botànic gracias al pincel mágico de Sarah Watson.

Marina Despuig, la última descendiente del árbol del cardenal, comprobó que era "imposible compatibilizar la maternidad con el negocio". Plegó velas a principios de junio y de nuevo una de las calles más bonitas de la ciudad se quedó abatida.

El pequeño comercio, aquel que atiende a un sector de clientela que prefiere rastrear antes de caer en la facilidad de los grandes almacenes o de los centros comerciales, lo tiene crudo frente a unos cambios sociales que nos hacen cada día más americanos y menos mediterráneos; aunque eso es un lugar común porque llevamos décadas vistiendo vaqueros y comiendo hamburguesas; también algunos escuchando y llorando a Lou Reed. Seamos libélulas, y volemos.

Como hizo Morena Cerfoglio, la primera propietaria que dio alas a esa pequeña tienda de ropa hecha por diseñadores de la isla, y de artilugios como las mochilas o alforjas para las bicicletas, y que se regresó a Argentina, su amiga Marina lamenta "lo difícil que resulta hacerse hueco si eres un pequeño comerciante".

Ella estuvo tres años. Trasladó unos metros el chiringuito porque Morena ocupó la esquina entre la plaza de Santa Magdalena, donde se erige un busto al cardenal, y Jardí Botànic. "Era un negocio familiar, con clientela con la que acababas manteniendo un trato muy cercano; no puedo negar que lo echo de menos, pero estar con mi pequeño hijo lo compensa todo".

Años atrás, en la misma calle Ramona Pérez abrió una librería, dándole un nuevo aliento a una vía de poco paso. Este próximo domingo el cierre de Àgora cumple un lustro.

"A Àgora se la lleva el huracán por el que estamos pasando actualmente", expresó la librera, una víctima más de una crisis que se alimentó, entre otros monstruos, de la especulación, "la causa de todos los males", según Adrienne Monnier, una libélula que hizo de su librería, La Maison des Amis des Livres, otra manera de entrar en el mundo libresco. Entre otros clientes, André Breton y Walter Benjamin. Ambos miran a los 30.000 ojos de Le Libèlle.

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