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Palma a la vista

Tertulias de sobremesa

A la plaza Llorenç Bisbal no la miraban ni de reojo años atrás; hoy cotiza al alza.

No hay tertulia que se precie entre los que sobrepasan los cincuenta años en la que no se mencionen dos temas: la saturación turística del pasado verano y los precios astronómicos de la vivienda. Ambos pivotan sobre Palma con mayor incidencia, primero porque los de ciudad no estaban acostumbrados a ser destino turístico, y segundo, porque acceder a una vivienda decente no resultaba un imposible. Hoy lo es.

La ecuación es sencilla. La ley de oferta y demanda es despiadada. Se suben precios porque alguien los paga. Nunca antes el concepto caro fue tan relativo salvo para los que mayormente hemos visto mermada nuestra capacidad adquisitiva y, sin embargo, vemos cómo a nuestro alrededor hay un movimiento de tierras difícil de creer tras años muy negros.

En esas mismas sobremesas uno escucha contar con pasmosa tranquilidad que por menos de sesenta metros cuadrados, por un pisito en un tercer piso sin ascensor, se está pidiendo 200.000 euro. ¡Y te los quitan de las manos!, escuchas. Ahí no acaba el cuento. La ganga que muchos quieren porque está en lo viejo de la ciudad reclama una reforma. En definitiva, unos 100.000 euros más.

Una ganga porque los vendedores esperan que llegue el escandinavo de turno, y los compradores o inversionistas, porque piensan que el turismo vacacional va a durar eternamente. Los que saben de negocio, lo están haciendo pero es que además de saber, tienen pasta para invertir. Es su oficio.

Así las ciudades, y Palma es una de ella, vuelve a experimentar un cambio sustancial. Se ha convertido en la guapa del baile. Todos van a por ella. Solo que a todos, incluidos a las princesas, les llegan las horas bajas.

Hay un trasiego de carteles se vende, se alquila, se traspasa, que es solo la peca de un rostro maquillado. La realidad está debajo de esa capa gruesa que difuminan las cremas. ¿Hacia dónde van ciudades como Palma?

Si lo que nos distingue es el casco histórico y éste está tomado por los cruceristas y los turistas de paso, de manera similar a lo que sucede en Barcelona, ¿cómo haremos para distinguirnos la una de la otra? En ambos centros históricos domina una estética similar: una jungla de perfecta armonía entre souvenirs, da igual que ahora se disfracen a lo provenzal; hoteles boutique, que llaman; y restaurantes que van desde los que ofrecen menús veganos, a los de lata y bocadillo, a los de una apariencia lujosa pero cuyos fogones no están a la altura.

La ciudad de servicios está hoy donde ya no vivimos porque si hemos vendido creyendo que íbamos a ganar un pellizco, el tal se convierte en paliza, porque ya no podemos comprar donde vendimos, tampoco alquilar porque se reservan para turismo vacacional. En fin, una fatiga de tertulia.

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