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Crónica de Antaño

Origen de las fuerzas armadas en la isla

Hacia el año 1600, unos 200 mosqueteros debían defender las murallas de Palma. ARCHIVO DM

Cuando en 1229 Jaime I conquistó la isla de Mallorca, lo hizo con un ejército feudal, es decir, una fuerza militar constituida a partir de varios magnates feudales -entre los que el rey era primus inter pares-, cada uno de los cuales llevaba consigo sus propios hombres: caballeros, peones, ballesteros€ Tras la conquista, ese ejército feudal se desmovilizó y regresó a Cataluña. Por su parte, el monarca dividió la isla en diversas porciones de diferentes tamaños. La más grande, la del rey, ocupó la mitad de Mallorca, mientras que el resto fue repartido entre los barones feudales que le habían ayudado durante la campaña militar: el conde del Rosselló, Nuno Sanç; el conde de Empúries, Hug d´Empúries; el vizconde de Bearn, Gastó de Montcada; y el obispo de Barcelona, Berenguer de Palau.

Luego todos ellos subinfeudaron sus territorios entre sus vasallos o porcioneros. Jaime I repartió su porción entre los caballeros del Temple, el paborde de Tarragona, los hombres de Barcelona, los de Girona€ El vizconde de Bearn lo repartió entre Bernat de Santaeugènia, el sacristán de Barcelona€; del mismo modo el conde Hug d´Empúries repartió sus territorios entre sus porcioneros, entre ellos el obispo de Girona y el abad de Sant Feliu de Guíxols.

Por otro lado, el monarca catalán otorgó los Privilegis i Franqueses del Regne. Esta especie de constituciones afectaban a todos los territorios de la isla, tanto al de la porción real como al resto de porciones señoriales. Ser poseedor de tierras en Mallorca conllevaba poder disfrutar de una serie de ventajas establecidas en las Franqueses, pero también se aceptaban una serie de obligaciones entre las cuales se encontraban las concernientes a la defensa de Mallorca. A cada propietario de cierto rango se le obligaba a tener preparado un caballo armado, o varios, por si surgía la necesidad de defender el Reino. No tenían por qué ser ellos los jinetes, de hecho generalmente ese trabajo lo cedían a payeses de sus tierras o algún aventurero. Para ser breves diremos que la isla se dividió en cavalleries (de las que había diversos tipos y tamaños), que se convirtieron en la base para determinar el número de caballos armados a los que estaba obligado cada propietario. Este sistema de defensa perduró hasta las reformas borbónicas posteriores a 1715.

Contribuir con caballos armados por parte de los pobladores de la isla encontró no pocos problemas, sobre todo por la falta del deber de muchos propietarios mallorquines. Fernando Weyler, en su obra Historia militar de Mallorca, se hace eco de la problemática de este sistema defensivo. Ya desde sus inicios, muchos dueños de caballerías no cumplieron con sus obligaciones militares. O no tenían caballo, o no poseían armas, o ninguna de las dos cosas. Tanto el rey como el gobernador militar como el procurador real eran conscientes de esta falta de compromiso. Por este motivo, llegó un momento que cada 31 de diciembre, en el transcurso de la Festa de l´Estendard, día en que muchos caballeros de Mallorca se concentraban en Cort para acompañar al estandarte real durante toda la cabalgata (sa colcada), el procurador real convocaba a los propietarios que estaban obligados a tener uno o más caballos armados a que se presentasen ante él.

Cada propietario debía dirigirse al castillo de la Almudaina con su caballo -o caballos-, sus guarniciones, arneses y armas, y jurar que todo aquel equipo de guerrear era de su propiedad. Es decir, se les hacía pasar revista ante la autoridad real. Se conservan algunos bandos del siglo XV y XVI relativos a esta cuestión. Por ejemplo en 1496, el gobernador convocó a todos aquellos obligados con caballos armados a reunirse en el castillo de la Almudaina para pasar revista. Tras esa convocatoria se formularon quejas denunciando que no pocos de aquellos eludían sus obligaciones militares, pues utilizaban caballos prestados por familiares. Es decir, entraba en el patio de armas de la Almudaina un jinete con su caballo, bien pertrechado, con arnés y armas. Tras pasar la revista salía del castillo y tras perderse por las calles colindantes se desmontaba, se le cambiaban las guarniciones al caballo y se montaba otro jinete al que también se le habían prestado las armas, dispuesto a entrar en el patio de la Almudaina para también pasar la revista. De estos hechos se dieron cuenta las autoridades.

Se intentó evitar este engaño convocando a los propietarios de cavalleries en campo abierto, tal como sucedió el mes de agosto de 1530, cuando la caballería fue llamada a una revista general frente a las torres Llevaneres, situadas entre la puerta del Camp y el Portitxol. Lo que sucedió es que muchos no se presentaron, por lo que se tuvo que hacer una nueva convocatoria al mes siguiente para los que no se habían presentado, por lo que tampoco se pudo realizar correctamente el control de revista. A pesar de las multas impuestas repetidamente y del registro de cada propietario con sus armas y su caballo, parece ser que nunca se consiguió evitar este tipo de engaños.

Esta situación provocó que a finales del siglo XVI se produjese un contrato entre los dueños de las cavalleries y las autoridades por el que se les obligaba a mantener permanentemente los caballos -y sus jinetes- en la ciudad con la finalidad de constituirse en compañía ordenada. De esta manera surgió la compañía de los cavalls forçats, que estuvo constituida por 50 jinetes sustentados entre los dueños de las cavalleries y el gobierno. El primer capitán fue Antoni Gual.

En cuanto a la infantería, los primeros siglos se redujo a una reunión de hombres de los gremios de la ciudad y de pobladores de los diversos pueblos. Durante la Revolta Forana y las Germanies, quedó patente la ineficacia de esa fuerza militar. Parece ser que en el siglo XV se conocían unos capitanes de barrio o trast. De esta manera se configuraban compañías de 50 hombres que a su vez se fraccionaban en escuadras de diez hombres. En 1515 había 9.417 hombres y 298 caballos. En Palma había casi 2.500 hombres. De estos, unos 400 eran los ´hombres de honor´, 300 eran hombres del término que vivían fuera de las murallas y el resto procedía de los gremios. En Ciutat llegó a haber trece compañías con sus respectivas denominaciones: Call-Almudaina, Calatrava, Pelleteria, Ferreria, Pes del Carbó, Banc de l´Oli, Pescateria, Carrer d´en Cameró, Sant Miquel, Oms, Barreteria, Sitjar y Ribera. Hacia 1700 se añadieron dos compañías más: la de Santa Creu, y la de Boteria. A estas se añadían cuatro más del resto del término: la de Llevant, la de Ponent, la del Pla y la de Muntanya.

Hacia 1600 se sumó a las mencionadas compañías una formada por mosqueteros de muralla, constituida por alrededor de 200 hombres y cuya misión era defender las murallas con mosquetes de grueso calibre. La irrupción de la artillería, ya en el siglo XV, pero desarrollada plenamente en el XVI, cambió la guerra. A la ciudad no le quedó más remedio que remodelar completamente sus murallas y el ejército fue evolucionando hacia nuevas formas de organización desembocando, ya en el siglo XVIII, en el ejército profesional.

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