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Palma a Palma

Lluvia de barro

Lluvia de barro

Parece una plaga bíblica. La noche anterior escuchas cómo cae la lluvia. Repica sobre los cristales y circula por las calles en una apoteosis del líquido elemento. Pero, a la mañana siguiente te sorprende una imagen: todos los coches tintados de tierra.

La lluvia de barro supone la conjunción de dos elementos antagonistas por naturaleza. Como son la tierra y el agua. Una combinación que en la mayor parte de las ocasiones resulta difícil de percibir mientras se produce. Sólo después, cuando el agua se ha secado, descubres su carga oculta.

El barro mañanero conserva la orografía de las gotas. Produce pequeñas lágrimas resecas, como capricho de un pintor de los cielos. Salpicaduras de un pincel cósmico.

Esa capa de barro tiene algo de dramático. Parece el fruto del paso de una catástrofe, sobre todo por la facilidad que tiene para cubrirlo todo. Te recuerda imágenes de ceniza volcánica. Es una pequeña e inofensiva Pompeya en tu propia calle.

Luego, cuando accionas el limpiaparabrisas, la tierra seca se convierte en barro licuoso. Dibuja nuevas formas, todavía más caprichosas, en el cristal. Se trasmuta en una auténtica promoción de lavacoches.

Esas mañanas, me gusta pasar el dedo sobre esa tierra. A veces tiene un color rojizo, o de un vivo ocre. Y te permite imaginar los paisajes de los que llega. Más allá del mar, las dunas, los desiertos, las montañas de piedra oscura, las palmeras, los camellos, los beduinos....

Todo contenido en una pequeña gota de barro seco.

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