La gente que no disponga de tiempo ni de oportunidad para practicar yoga, tienen una buena alternativa. Existe una forma de relajación y meditación profunda al alcance de todos, y que no necesita ni tatami ni ropa ligera. Únicamente pedir hora en la consulta de algún médico muy cotizado.
La sala de espera de los médicos es una especie de templo de la meditación. Uno entra allí con cierta preocupación, pero al mismo tiempo con alivio. Te parece que en aquel recinto casi sagrado nada malo puede ocurrirte. La inminencia del médico, aunque no se le vea, resulta altamente curativa. Nada más entrar en la salita ya te encuentras mucho mejor.
Las salas de espera de los médicos tienen una atmósfera especial. Son como inmutables en el tiempo. Por no cambiar, ni siquiera cambian las revistas. Que están ajadas y sobadas de tantos meses ejerciendo. Eso, en lugar en resultar un inconveniente, constituye un gran atractivo. Porque es como si hubieses entrado en una dimensión más allá del espacio y del tiempo. En la cual las revistas hablan todavía de la boda de la Infanta.
Luego están las luces. Siempre son solemnes y discretas. Medias claridades a tono con los sillones, los cuadros, las orlas con todos los retratos de la promoción del doctor. Es un decorado que infunde respeto y tranquilidad. Te sientes amparado y cobijado.
Muchos se quejan de las largas esperas. ¡Craso error! Lo mejor que puede pasarte es permanecer mucho tiempo esperando. Después de hojear las revistas, entras en un estado de semitrance. Todo el mundo está con la mirada perdida. Se escuchan ruidos ambiguos procedentes de la consulta, que te imaginas son curaciones milagrosas. El tiempo pasa lento y denso como el chocolate de Can Joan de s'Aigo. En cuanto dejas el móvil, te llenas de contenidos interiores. Te encuentras contigo mismo. Mientras algunos de la salita van pasando al "sancta sanctorum" y ya te queda menos para entrar.
No hay yoga mejor ni más sano que las salitas de espera. No es tiempo perdido, sino ganado.
