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Palma a Palma

Prueba de amor

Prueba de amor

Las grandes superficies son los templos de la religión moderna: el consumo. Hay que estar ciego para no darse cuenta. En cines o teatros sólo un público reducido se emociona y participa de la trascendencia del arte. Otro porcentaje también cada día menor siente las verdades profundas en recintos religiosos. Todavía menos las sienten en museos y pinacotecas. Porque cuesta dar con ese pálpito. Esa vibración generalizada de algo que te mueve el alma.

Quien la busque, no tiene más que desplazarse a uno de esos megacomplejos comerciales que se reproducen como setas. Allí se comprende cuáles son los mecanismos que mueven nuestro mundo.

En primer lugar, la epistemología. Te encuentras con los catálogos de percepciones, los colores, las estéticas. Todo absoluta y perfectamente pensado para constituir un sistema cerrado en sí mismo. En el cual resulta imposible no caer.

La gente siente un estremecimiento irreprimible al pasear con sus carritos entre los estantes llenos de productos. Se emociona ante los precios reducidos o las rebajas. Examina con temblor los productos preguntándose si por fin logrará con ellos la ansiada felicidad. Se imagina montando en casa ese mueble de nombre indescifrable, convertido en el oscuro objeto del deseo.

Si los movimientos del alma tuviesen sonido, esas grandes superficies de la Plutomanía emitirían un ruido ensordecedor. Todo el mundo agita sus sentimientos. Hasta el punto de que para muchas parejas la prueba definitiva no es pasar cuatro años juntos, sino sobrevivir a un sábado por la tarde de compras en una macrotienda de muebles nórdicos, incluyendo el perrito caliente plastificado.

Si logran atravesar el laberinto del Minotauro con su carrito sin pelearse por los precios, las barras de la cortina, la mesita de noche o el color del sofá. Si no se odian al salir con sus montañas de paquetes dispuestos para el montaje y las facturas parecidas a escritura cuneiforme, entonces es que su amor es eterno.

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