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Hipertensión

Hipertensión

Una de las cosas buenas de hacerse mayor es que ya no tienes que saltar el plinto ni hacer exámenes. Cosas que en las edades tempranas de la vida resultaban más bien ingratas. Ahora bien, a veces esos trances vuelven, solo que bajo otros ropajes. Y es por ejemplo lo que ocurre con la tensión arterial.

A pesar de ser algo puramente físico, la tensión arterial elevada tiene un extraño componente moral. Algo que te recuerda a los exámenes de matemáticas de cuando eras niño. Cuando empiezas cualquier proceso de control, el momento de medirte la tensión siempre es tenso y nunca mejor dicho.

La razón es que, en alguna parte oculta de tu mente, te consideras culpable del resultado de las mediciones. De manera que si el médico activa el tensiómetro aneroide con la típica pera, tu pulso se acelera al instante. Contemplas con ansiedad el rostro del médico, que sigue atentamente la evolución de la aguja. Y cuando acaba, suspira profundamente. "¡Dios, he suspendido!", piensas. Y el doctor mueve la cabeza con los ojos cerrados: "Mmmm. Un poco altita, altita...

Inmediatamente, uno se siente igual que cuando te hacían repetir el examen trimestral de Física. Preocupado, inseguro, pequeñito...

Eso no es nada. Porque si al hipertenso se le ocurre ir a la farmacia, el resultado es peor. Si utiliza una de esas máquinas automáticas, puede que se encuentre con el diagnóstico dicho a viva voz. "Es-ta-dio uno de hi-per-ten-sión. Con-sul-te a su mé-di-co". Y toda la clientela de la farmacia se vuelve para contemplarle. Con cara de conmiseración.

Puedo ocurrir que, para evitarlo, se compre un aparato para uso casero. Lo que puede desembocar en una auténtica paranoia. Empezará a comprobar si la tensión es más alta sentado o de pie. Antes o después de comer. En este sofá o en la silla. A las 9 o a las 10. Con una cerveza o sin. Y el veredicto de la pantallita acaba por convertirse en una obsesión.

Finalmente, el resultado es claro. La hipertensión es causa de hipertensión.

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