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Mágicos olivos

Mágicos olivos

La moda de importar olivos se extiende por las fincas de las Islas. Hasta el punto de que, cuando embarcas en el buque correo de Barcelona, te sorprenden los tráileres cargados de olivos. Procedentes de algún paraje peninsular y rumbo a un nuevo destino isleño. Como meros elementos de decoración.

El olivo ha sido considerado desde muy antiguo como un árbol inmortal. Su estampa tiene algo mágico. Escasa estatura, tronco muy grueso y ramas enhiestas. Igual que un personaje fantástico. No posee la melancolía de los árboles temblones, ni la espectacularidad de esos grandes robles que cobijan entre sus ramas un verdadero firmamento. Pero, en contrapartida, representa mejor que ningún otro la germinación de lo eterno. En sus nudosidades se acumulan los siglos. Y cuando la parte varias veces centenaria acaba por morir, ya brotan los refuerzos por la base.

Pocos árboles tienen tanta significación simbólica como el olivo. En todas las culturas ha representado la prosperidad, la paz y la sabiduría. Desde los ungüentos de Nefertiti a la paloma de Noé. También es un árbol místico. Son numerosas las vírgenes que, según la tradición cristiana, se manifestaron a los fieles en la soledad de un olivar. Las ramas de olivo bendecidas se colocan en las ventanas, en la creencia de que alejan a los rayos y las tormentas. Y al aceite de las lámparas de iglesia se le atribuyeron siempre propiedades salutíferas.

La cultura del olivo llega incluso al origen de algunos apellidos, como Oleo, Oleza, Oliver, Olivella...

Pero actualmente, la única herencia que deja el olivo importado son las culebras. Enmascaradas en su plantel, han colonizado tierras antes exentas de serpientes como Eivissa.

Igual que un símbolo.

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