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Palma a la vista

Destino para otros viajeros

La estampa de personas sin nada son habituales en verano.

Si alguien confunde a los muchos que campan por parques, estaciones o las pocas sucursales bancarias que dejan sus oficinas abiertas con un turismo de esfuerzo, llamado de mochila, se equivoca. La ciudad preferida por la publicidad y sus agencias es también caladero de los sin techo.

Hay distintas familias o tribus entre ellos porque aunque no pertenezcan a nadie ya que el desarraigo, voluntario o no, es condición que les caracteriza, se les distinguen geografías dispares.

Hay algún que otro extranjero que pasea con sus bolsas de banco en banco, transita con sus aperos por las calles más céntricas aunque es en las veredas de sombras donde hacen nido. Por las noches, a alguno le da por cantar pero eso sucede solo como al de Boris Vian, las noches de plenilunio. Suelen ser o lo parecen de Centro Europa. La mayoría son de la península, y muy pocos, latinoamericanos. Los mallorquines no practican en temporada alta la mendicidad de ciudad. Suelen recogerse.

Este verano está sucediendo algo peculiar. En algunos de los pasos cebra peligrosos, los de las rotondas de las salidas de la Vía de Cintura, a veces se coloca un pedigüeño que no para de hacer genuflexiones o de inclinar el cuello como quien desfila cortés en un besamanos principesco. ¿Cómo echarle unas monedas en semejante trance? Si parece un autómata de Blade Runner. Palma no dejará de sorprendernos ni en los máximos históricos de ocupación.

En la ocupación de record, son pocos los mochileros porque hipie hipie Palma no es; apenas lo fue en la toma de la Dragonera y poco más. Una vez que se alió al ladrillo, dejó las melenas y las cenalles aunque ahora las tunee con colores pastel de reina madre inglesa.

Es lógico, además, que con precios medios que superan los 80 euros la noche, este tipo de viajeros se abstenga. Para ellos hay mundo más allá de Eivissa o de esta Mallorca que se está aliando a las puestas de sol como quien va de peregrinación al camino de Santiago.

Pero de regreso a los bancos públicos, donde dormitan los vagabundos con sus casa caracol, la urbe se arrastra perezosa en la bajada de agosto. Si se presenta gris y tristona, y coincide en el calendario con la invasión de los Armonías del mar y otros tanques marinos, los restauradores harán la caja más grande de la temporada, se quedarán sin existencias y probablemente se les atenderá peor que bien. Palma turística no es sinónimo de la mejor atención al cliente, por eso se quejan aunque vuelven porque algunos niños mueren matando en la Turquía que fue, hasta hace dos días, uno de los grandes competidores del pastel turístico.

El hombre del banco, no confundir con el mochilero, se despierta de su letargo y se marcha.

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