Con los años, uno acaba por descubrir verdades fundamentales. Una de ellas suena a tópico, pero resulta definitiva. Los mejores elementos de conocimiento se transmiten con amor. Solo la empatía, la generosidad y el afecto garantizan una evolución personal, psíquica o espiritual. Todo lo demás, acaba quedándose a mitad de camino.
Recuerdo perfectamente al payés de una finca pública, que harto de los problemas decidió retirarse. Cuando me lo contaba, su expresión era compungida. Y me dio una verdad absoluta: "Els que governen no estimen la finca, ni els animals. No estimen res". Tenía más razón que un santo. Quien no ama aquello que hace o gestiona no puede actuar bien.
El fondo de la actual situación referente a la actividad turística en las Islas no es otro que este. No existe otra manera de analizar el problema. La actividad turística es cada vez más irrespetuosa con la tierra que la acoge.
Sumergidos en una cultura monetarista, donde todo se mide por el dinero, nos hemos acostumbrados al consumo y "el que paga manda". Todo se consume. Desde los helados callejeros hasta el territorio, la calidad de vida, las horas de descanso, la riqueza natural. Quien paga se siente autorizado a lanzar bengalas sobre un islote, cerrar una playa pública para una fiesta privada, montar un escándalo de madrugada en una casa de pisos, gritar por las calles y orinarse en las esquinas, tirar la basura por doquier, montar broncas y destrozos, y un largo etcétera que todos podemos completar.
El factor inconsciente ha sido siempre despreciado por nuestra concepción racionalista de las cosas. Pero influye, y mucho. Y todos sentimos cada vez más ese desprecio implícito. Esa falta de empatía y respeto a cambio de unas monedas. Lo que está ocurriendo no es sólo un problema de sobresaturación física, sino también de déficit moral. Algo muy difícil de planificar o rectificar. Una consecuencia de una forma egoísta de entender el mundo y la economía.
