31 grados a la sombra. El sol pica y parece que se ha calmado el molesto viento de la mañana, hasta que de repente un pequeño cap de fibló arranca cuatro sombrillas de la playa de s'Areneta, en el Portitxol. Más de cien bañistas siguen disfrutando del mar, mientras en el paseo hay cincuenta paradas listas para comenzar la venta.

Son las seis de la tarde y en la calle del Vicari Joaquim Fuster ya se comienza a notar el trasiego de todas las ediciones de la feria Ran de Mar del Molinar. Las condiciones eran las ideales para que, a la caída del sol, el evento volviera a ser un éxito. Y se cumplió la previsión. Ayer se celebró por novena ocasión y, un año más, reivindicaron el pasado marinero de la barriada.

Vestidos de payés, alfarería vidriada o piedra tallada a mano son algunas de las joyas artesanas que los asistentes pudieron ver y comprar. Los cenachos fueron uno de los objetos más repetidos entre las diferentes paradas, muy atractivos sobre todo para los turistas.

Ana Torres, nacida en el Molinar, y Salvador Martínez, natural de Artà, fueron dos de los vendedores de cenachos artesanos. Repiten cada año en la feria. Explican que las que tienen más dibujos o tienen un cierre con cremallera son más solicitadas por los extranjeros, mientras que las más simples y clásicas son preferidas por los locales. "Nos encanta el carisma artesano de esta feria. Se valora el producto local y tiene muy buen ambiente", afirmaba Martínez.

Miles de personas, en un público repartido entre residentes y turistas, se acercaron al paseo. El lleno absoluto llegó al caer la noche. A esa hora entraban muy bien los elaborados pans amb oli que preparaban desde la asociación Picarol Dones de Bauxa, coorganizadora de la feria. Tampoco fallaron los buñuelos de viento ni los llonguets. En la parada de Ses 3 Maries, Verónica Ivars ofrecía gastronomía artesana, como el ketchup casero de Binissalem o la o conocida Pep Lemon, de los productos más demandados. También destacó la cerveza Forastera, que jugaba en casa ya que su sede está en el barrio del Molinar.

Una decena de pintores enseñaron sus creaciones, aunque las ventas no fueron muy elevadas. Como novedad, este año hubo en mitad del recorrido una lancha semirrígida. Era, sin duda, el producto más caro de la feria: más de 26.000 euros.

El ball de bot nocturno fue la guinda a la feria, que se alargó hasta la medianoche, y volvió a demostrar que el pasado marinero del Molinar es un tesoro que no debe perderse.