Diario de Mallorca

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Palma a la vista

Ciudad de caballete

A la usanza de los pintores del XIX, caballete en ristre y todo ojos para la ciudad.

Adaptarse o morir. Palma se publicita en la red, sobre todo a través de facebook. Doce millones de fotos subidas al millonario invento de Mark Zuckerberg a través de la red gratuita que posibilita Cort, son una alarmante promoción para esta ciudad cuyo éxito ya se le sale por las costuras.

La idea moderna de plasmar en un clic las impresiones del viajero alcanzan con internet cotas de vértigo; tanto es así que solo pensar en los millones de ángulos de la Catedral que se van a lanzar a ese espacio intangible a través de instagram, twitter y, sobre todo, facebook, da susto. No hay suficiente arquitectura para tanto disparo. Ni tanto ojo para verla.

Ahora que las pirámides y la esfinge de Gizeh descansan, los templos católicos toman el relevo. También lo hacen los castillos; en Palma, nuestro querido Bellver.

La necesidad de llevarse en fotografía, en un dibujo, en una acuarela, un pedazo del viaje no es nuevo. Cazadores de recuerdos eso es lo que somos todos los que viajamos. Muy pocos se limitan a mirar y ver. Queremos apropiarnos de ese instante de vulgaridad y hacerlo nuestro.

Hubo un tiempo cuando solo viajaban los ricos y los aventureros que Mallorca fue objeto del deseo. En aquellos años, la isla y sus encantos se disfrutaban a precio de saldo para esos ricos viajeros que habían conocido la existencia de la mayor de Balears a través de pinturas reproducidas, en muchos casos, a través de postales.

Los pintores fueron sin saberlo los primeros pregoneros de este éxito turístico que nos sacó de pobres. Entre ellos, la estela de los argentinos de principios de siglo, Bernareggi y Bernaldo de Quirós, en pos del mallorquín Antonio Gelabert, cuyos lienzos de la muralla son insuperables. A ellos sumarles a Santiago Rusiñol. Un poco antes, Pedro Blanes Viale, un uruguayo de padre mallorquín, que se prendó de la ciudad y la isla.

El orientalismo de Anglada Camarassa cedió a las aguas de Pollença y la cala Sant Vicenç. Joaquín Mir, Eliseo Meinfrén, fueron también artífices de la promoción de esta isla dorada, años antes de que se volviera el objeto del deseo de millones de hooligans, y de alemanes cerveceros.

Aún hoy se ven pintores de caballete, apostados con sus cajas de pinturas, sus pinceles, frente a un monumento, una calle, un paseo. La mayoría buscan ganarse el jornal gracias al numeroso turisteo. A veces, también hay algún pintor que ejerce por puro placer de detener el tiempo, el de la observación que solo los dibujantes, los pintores, los acuarelistas, los fotógrafos cultivan.

Aún estamos a tiempo de mirar la ciudad como se merece, con celo, con esmero, aunque todos sabemos que somos prisioneros de las redes. ¡Hemos caído en el cesto!

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