Diario de Mallorca

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Crónica de Antaño

Palma durante la I República (II)

En pleno ambiente carnavalesco y avivados por la alegría de la proclamación, los bailes de máscaras tuvieron gran aceptación

Al igual que en la II República (en la imagen), durante la Primera se llenó Cort. vila

En aquellos días del mes de febrero de 1873, en pleno ambiente carnavalesco y avivados por la alegría de la proclamación de la Primera República, los bailes de máscaras tuvieron gran aceptación. El Teatro Principal; el Círculo Mallorquín; la Sociedad la Reunión, en la calle Unió; el Casino Balear, en la cuesta d´en Brossa; el Círculo Mercantil, en la calle Palau Reial; el Casino La Constancia, en la plaza del Call; la Sociedad Marítima y Comercio, en el Born€ Todos ellos fueron lugar de reunión y diversión, incluso por las calles de Palma una estudiantina disfrazada a la manera de tunos recorrió las calles cantando al son de instrumentos militares.

En este ambiente de euforia debe entenderse el homenaje a la figura del político y articulista Miquel Quetglas Bauzà sucedido el domingo 23 de febrero en la plaza de Cort. Allí tuvo lugar una gran concentración popular formada por gentes venidas de toda Mallorca. La voluntad de toda aquella muchedumbre era rendir homenaje a una de las figuras que más había trabajado por implantar la República y consolidar las bases democráticas; una de las personas que había reclamado con firmeza una clara separación entre Iglesia y Estado; y, en definitiva, un político con carisma que había luchado contra las injusticias de su tiempo. Miquel Quetglas había fallecido el año anterior y tras su muerte el Ayuntamiento de Palma lo había proclamado hijo ilustre de Mallorca. Ante esa demostración del pueblo hacia el insigne político, el alcalde republicano Gabriel Oliver hizo colgar el retrato de Quetglas -obra de Ricard Anckermann- en la fachada de la casa consistorial. Al mismo tiempo, en el balcón de la Sala ondeaban la bandera española y la ´provincial´ (que no era más que la mallorquina, aunque por aquel entonces no se representaba igual que la actual). Desde Cort salió una procesión laica rumbo al cementerio. Presidían la comitiva las autoridades y una carroza enlutada rematada por una pirámide negra repleta de coronas. Resulta que al morir Quetglas, la Iglesia se había opuesto firmemente a que fuese enterrado en el cementerio católico. Ello obligó a sus compañeros a tener que excavar una fosa en un terreno exterior al camposanto, concretamente en una parcela situada en la zona alta de Son Tril·lo. Por ello, ahora la muchedumbre se dirigía a su tumba para pronunciar una serie de discursos y después colocar sobre ella la primera piedra de lo que sería un panteón laico con forma de monolito con la inscripción: "Al modesto hijo del pueblo [...] Al gran apóstol del principio federalista. Sus correligionarios en testimonio de respeto y admiración ofrecen el testimonio de su alta gratitud. Al intrépido soldado del libre pensamiento". Miquel dels Sants Oliver, en su obra Treinta años de provincia, dejó escrito de ese acto: "Figuraban en el cortejo los hombres más salientes de los partidos de la revolución, desde los progresistas de antigua cepa a los federales y a los obreros de la Internacional [...]. Lo cierto es que el entierro de Quetglas, primera ceremonia civil, primer acto laico y de gran ostentación que presenciaba nuestra ciudad, produjo como un espanto en las conciencias timoratas, que formaban la gran mayoría€" Esas gentes "timoratas" observaban sobresaltadas cómo sus convecinos estaban esperanzados en construir una nueva sociedad en la que todos los ciudadanos debían tener los mismos derechos y deberes, una nueva sociedad libre de la tutela de la Iglesia cuyos tentáculos llegaban hasta los últimos recovecos, no ya de la sociedad, sino de muchas conciencias individuales. Sí, la proclamación de la República fue un signo de esperanza para una parte de la ciudadanía, pero también atemorizó a las mentes aferradas a la tradición y a la religión. El miedo se cernió entre los campesinos, entre los terratenientes, entre los curas, entre no pocos militares, entre algunos políticos... y el miedo es enemigo de las libertades y de la democracia. La Primera República apenas duraría año.

De todas formas se intentó. Durante el mes de marzo de 1873, el Ayuntamiento de Palma organizó el cuerpo de Voluntarios de la República, institución en la que se debía apoyar el nuevo régimen. Pronto se apuntaron trescientos voluntarios que fueron armados por el Ejército. El nuevo cuerpo de seguridad empezó a dar servicio, por lo que el Consistorio decidió eliminar la guardia municipal. También se municipalizó la distribución del agua, se aumentó la inversión en obras municipales y se mejoraron las condiciones laborales (se redujo la jornada a nueve horas laborales). No hay que perder de vista que Cuba se había sublevado contra la metrópolis (Guerra de los Diez Años), lo que provocó la llamada a filas (las quintas) para servir en el ejército. Esta situación chocaba frontalmente con la reivindicación, constante durante todo el tiempo que duró la República, de suprimir las quintas. En Mallorca, este problema estuvo muy presente.

A principios de mayo tuvieron lugar las elecciones para las Cortes constituyentes, en la que ganaron claramente los republicanos (Partido Republicano Federal), también en Palma. El 1 de junio se abrió la primera sesión de las Cortes. El día 7 se presentó un artículo único que rezaba: La forma de gobierno de la Nación española es la República democrática federal. Después de largas e incansables discusiones el artículo fue aprobado. España era una república federal, con Francesc Pi i Margall al frente del gobierno. Al llegar la noticia a Palma se concentró mucha gente en la plaza de Cort. El Ayuntamiento proclamó tres días de fiestas populares.

Pero a pesar de la alegría, la vida política española pasó por días aciagos. En general se está de acuerdo en afirmar que uno de los problemas que tuvo la República fueron los "intransigentes", que no eran sino el ala izquierda del Partido Republicano Federal. Según reproduce la historiadora Isabel Peñarrubia: "Los intransigentes intentaban desprestigiar las autoridades de Palma [...] mientras que el Partido Republicano intentaba encauzar a la nación española por el camino del orden y la libertad". Y continuaba diciendo que "[los intransigentes] con su política, daban alas a la indisciplina del ejército y espantaban a las clases conservadoras". Lo cierto es que muy pronto se tuvo la impresión de que la vida política se descontrolaba. El 3 de enero de 1874 el general Pavía, con un grupo de guardias civiles, ocupó el Congreso. El mallorquín republicano Antoni Villalonga (de Can Escalades) fue el único diputado que se mantuvo de pie intentando poner resistencia al golpe de estado. El 6 de enero Pavía mandó al General Palanca como nuevo capitán general de las Baleares, el cual destituyó la corporación municipal de Palma, la Diputación y el cuerpo de Voluntarios. La República estaba herida de muerte. Un año después se reinstauraba la monarquía.

La Primera República fue efímera pero sentó las bases de la democracia actual: la secularización de los cementerios, la instauración del matrimonio civil, la libertad de cultos o la libertad de enseñanza son algunos de los triunfos alcanzados en aquel lejano año de 1873.

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