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Palma a la vista

Una peluquería donde ser feliz

A Enrique Pedroche no se lo coge por los pelos. Es un peluquero profesional de casta. Abrió Happy Cut, donde usa productos naturales

Al peluquero Enrique lo que le gusta de su oficio es "hacer feliz a las personas".

Tenemos cultura de cuero cabelludo. Una noticia de agencia asegura que el negocio de las peluquerías crece un 5 por ciento en Palma. El peluquero Enrique Pedroche lo ha comprobado desde sus distintos lugares de trabajo, primero en Francisco, después con Carlos Martí y desde el pasado noviembre en su propio negocio, Happy Cut, en la Costa de Can Muntaner.

Es una de las pocas peluquerías que ha lanzado a la papelera los productos tóxicos tan habituales en estos comercios para apostar seriamente por los saludables. Happy Cut utiliza Secretos del agua, la marca de una empresa de Madrid en la que se aúna la investigación científica de las propiedades del agua con las de belleza y salud.

Tanto el nombre como el logo de su negocio responden a su idea, aprendida en casa, de hacer feliz a los demás. Este peluquero barcelonés de casi 46 años se ha criado entre peines, lacas, champús, cepillos y mucho, mucho cabello. Es el hijo mediano de Cándido Pedroche, un peluquero de caballeros, "una institución en el barrio de Horta", con más de cincuenta años en el oficio, remarca Enrique. Él, junto a sus dos hermanos, José Miguel y Gonzalo, siguieron sus pasos en los dos salones de peluquería que han regentado en Barcelona. Al retirarse el padre, mantienen solo uno. Enrique, además, se ha buscado su propio camino. En Mallorca, junto a su mujer, Enriqueta Llodrá, diseñadora gráfica, cuyo gusto por las cosas bellas y el arte es visible en el local. En una pared, dibujos de ella, de Lluís Juncosa, Gerard Amengual, Gabi Beltrán.

No corramos, aunque estamos ante un corredor de fondo. Al igual que el escritor Murakami, Enrique conjuga el deporte con su oficio. Volveremos a ello. Ahora la moviola debe pararse en su abuela materna: Matilda Illescas. Ella fue la barbera de un pequeño pueblo de Cuenca, Montalbo. Su hijo Cándido iría a San Sebastián a aprender a ser peluquero de caballeros con un tío materno. Aprendido, decidió instalarse en Barcelona.

"Mis hermanos y yo tenemos la misma tradición de la peluquería artesana. A mí lo que me atrajo de este oficio es la capacidad de hacer feliz a la gente con tus manos", señala el peluquero. A ello, sumar el que nada humano le es ajeno: "Vengo de una peluquería de barrio, donde el trato es muy cercano, conoces a las personas. Aprendes mucho de ellas", cuenta. Pero fue su padre el ejemplo a seguir. "Él siempre nos decía: ´De aquí no puede salir mal nadie´. Eso lo llevo grabado. Me di cuenta aún más cuando me vine a Mallorca".

Una vez en la isla, en el 2008, tiró un curriculum por equivocación en Francisco, porque su destino era Llongueras. Lo empleó y estuvo un año. "Fue duro porque pasé de ser jefe a bajar escalón pero me sentí bien; luego el peluquero Carlos Martí, al que conocí en la mili, me habló de que iba a abrir una peluquería en la Rambla y de ahí a la de Costa de la Pols. Estuve un tiempo, a gusto, pero no me sentía cómodo con el concepto ´lujo´. Así que aquí estoy".

Un pequeño local, en una calle escalera, en el que todos los detalles están cuidados, sin barroquismos. El arquitecto Luis Forteza, la inspiración de Miró y desde luego, la huella de Enriqueta, y las manos de Enrique, hacen felices a los clientes. ¡Y salen bien!

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