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Palma a la vista

Las hilanderas de Fleming

Sentada Magdalena Grimalt y de pie, Esperanza Cabeza. L.D.

El anterior presidente de la Comunitat balear se la tenía jurada a los funcionarios y a los que trabajaban en la empresa pública, a su juicio el origen del mal de España entera. José Ramón Bauzá emprendió su particular égida contra ellos despidiendo a mansalva. Más de seiscientas personas fueron sacadas de sus trabajos de manera ignominiosa en muchos casos. Bauzá los criminalizó porque odiaba todo lo que oliera a empresa pública. Solo que se topó con el peso de la ley. En muchos casos se anuló la fórmula de amortización de plaza empleada en estas empresas públicas, y tuvieron que indemnizarlos. Los asesores de Bauzá acabaran saliéndonos caros.

Magdalena Grimalt y Esperanza Cabeza fueron dos víctimas de una política hecha con saña contra muchos empleados de la Administración. Habían pasado 25 y 22 años, respectivamente, en el Instituto de Innovación Empresarial. Un buen día se encontraron en la calle. Pelearon.

"Éramos personal laboral y denunciamos el despido. El Govern perdió el juicio y nos indeminizaron", cuentan. Pero claro, mujer, de media edad, no es perfil apetecible para el actual mercado laboral. ¿Qué hacer?

En ambos casos, ya con hijos mayores, y amparadas por sus maridos, no había problemas económicos pero "estábamos acostumbradas a trabajar, ¿cómo íbamos a quedarnos paradas en casa?", expresa Magdalena Grimalt. Su amiga y compañera de trabajo durante tantos años empezó a coser. Hoy aquella nueva afición se ha revelado prodigiosa. Las nuevas Ariadnas se envolvieron en el mundo de las hilaturas, sobre todo haciendo bolsos de mano.

"Los hacíamos para amigas hasta que en casa nos sugirieron, ¿por qué no venderlos? ¡Nos tiramos a la piscina!", relata Magdalena.

Y se tiraron. En abril abrieron Encants, un pequeño negocio en la plaza Alexander Fleming en el que ropa y, sobre todo, accesorios, la mayoría hechos por ellas, les han permitido equilibrar las cuentas. Con poco presupuesto, y una reforma hecha a base de poner mano e ingenio, la tienda parece funcionar. "Estamos contentas", aseguran sobre el cambio de vida a los 50 años.

Ellas optaron por elegir un local en un barrio muy popular y muy poblado como es el de Arxiduc. "Al principio barajamos la idea del centro por el turismo pero hicimos estudio de mercado y éste nos pareció apropiado. Apostamos por él. Aquí entra una señora de 90 que se compra unos pantalones floreados y se encuentra estupenda, o vecinas que se paran y nos dan ideas de los bolsos que quieren. Es vida de barrio, el encanto del trato directo, eso es lo que más nos gusta", señalan Magdalena y Esperanza. Echaron horas de diálogo, de cotejar datos en el vecino bar Milán, un imprescindible de la zona, aunque ya no lo regenten los mismos dueños.

Magdalena, que se crió en la Calatrava, comprueba cómo ha ido perdiendo ese tejido que lo hacía humano. "Sí, tiene hoteles muy caros pero faltan servicios", se lamenta. Magdalena se apoya en la máquina de coser. Acaba de terminar unos bolsos de mano con pasamanería y tela de lenguas. El éxito han sido las cestas. ¡Todas vendidas! El salto del IDI se ha saldado con encanto. Y trabajo.

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