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La casa de los sueños

La casa de los sueños

Todo sueño narrado es un sueño traicionado. En sueños, es raro que exista una linealidad de acontecimientos. Ni siquiera un antes ni un después. Es como una pecera global. Conclusiones que acontecen antes del planteamiento, personajes que trasmutan su identidad una y otra vez. "He tenido un sueño", decimos. Pero jamás podremos narrar más que una pálida historieta. Pero nos hacen plantearnos preguntas.

A veces soñamos con una casa. Y en el momento de hacerlo, la parte de la conciencia que sigue despierta se pregunta: "¿Pero esa casa existe de verdad o la he soñado?". Porque en ese efímero momento de semiconciencia recuerdas muchas cosas de ese lugar: las puertas, un pasillo, el salón. Y te resulta imposible averiguar si son imaginarias o reales.

Luego, al despertar, si tienes la suerte de recordarlo sabes que son soñadas. Pero entonces te sobreviene una cuestión. Los sueños llegan, nos atraviesan y se van como una locomotora. En medio de la más total de las impunidades. La mitad de nuestra vida transcurre en el país de los sueños. La mitad dormida.

Entonces, ¿y si durante ese hemisferio oculto de la existencia efectivamente hemos vivido en otras casas? ¿Y si nuestro yo dormido habita y cambia de piso, sin que nos enteremos?

Porque así como el yo despierto hace sus mudanzas y sus cambios, ¿por qué no habría de hacerlos el yo soñante? A lo mejor, hace años y noches que nuestra parte inconsciente vive en ese domicilio desconocido. Recorre sus estancias, decora las paredes, transcurre su historia onírica. Tiene un jardín que riega, y una ventana abierta a la luna.

Y solo durante unos segundos, con motivo de un sueño, somos capaces de saberlo. Después se corre de nuevo el telón de lo consciente para simular que todo eso no existe. Que solo la realidad del día es realidad.

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