Algunos vecinos de Palma piden que el Ayuntamiento elimine las jacarandás -vale con y sin acento-. Aseguran que son sucias y que dejan una sustancia pegajosa en el suelo. Hoy se persigue a este árbol de la América subtropical casi con la misma saña con la que hace unos años se crucificó a las palmeras de la ciudad tras un desgraciado accidente.
Este es un elogio de la jacarandá frente a sus detractores. Una oda a su presencia en las calles de Palma. El primer argumento es lingüístico. La jacarandá nos ha proporcionado una de las más bellas palabras de nuestra lengua catalana: xicarandana. En castellano también es hermosa. Está tomada del guaraní. Asimismo es conocido como gualanday. Inmejorable.
¿Es sucia? Guarrerías son los papeles tirados por las calles, los cristales rotos y las vomitonas de los borrachos. Porquería son las bolsas de basura abandonadas junto a los contenedores, los muebles tirados a cualquier hora del día o los humos de los coches. Cochinadas son las colillas en el suelo, las zapatillas colgadas de los cables de la luz y las pintadas en las paredes.
La hermosa flor azul de la jacaranda -esta vez sin acento- jamás puede considerarse sucia. Ni siquiera cuando cae al suelo y, aplastada por las ruedas de los vehículos, se convierte en una sustancia ligeramente pegajosa. Es tan generosa que sus racimos de flores adornan la ciudad dos veces al año, en primavera y en otoño. Son suficientemente duraderas para dar color a los grises edificios de la ciudad durante semanas.
Tiene aplicaciones medicinales, pero su mejor aval para que se plante en abundancia en una ciudad de clima templado como Palma es que absorbe el CO2 que emiten 1.405 vehículos. Son, por tanto, una bendición para combatir la contaminación y el cambio climático.
Que cesen pues las hostilidades contra la apuesta y florida jacarandá. Debemos reclamar que se planten más y cada vez que pasemos junto a una de ellas homenajearla por sus flores y por su trabajo contra el aire sucio. Gracias xicarandana.
