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Comercios emblemáticos

La tienda de la hojalata llega a su final

Cerrará sus puertas en septiembre tras casi un siglo dedicada a la reparación y venta de artículos

La tienda de la hojalata llega a su final

El llaüt llamado Fiord dio paso a otra barca del mismo nombre con la que el último propietario de Casa Tarongí navegará más a menudo a partir de septiembre. Fiord era la marca de neveras ideadas por el abuelo de Miquel Tarongí, Cayetano Tarongí, el fundador del taller abierto en 1919 y que no cumplirá los cien años porque la actual tienda de la plaza de España cerrará tras el verano. "Comenzó arreglando ollas y otros objetos de hojalata, y soldando botes de conservas y mermeladas que se vendían en el horno de Can Esteva, ubicado en la plaza Porta Pintada; pero las neveras Fiord le dieron cierto reconocimiento, ya que dicen que fue el primero en instalar un serpentín", destaca Miquel.

Estas tuberías de plomo en espiral se introducían en unos muebles de madera fabricados por un carpintero de la calle Oms y forrados de hielo por el abuelo y el padre del actual dueño de la hojalatería, junto a su hermano Antoni. "Las neveras tenían un depósito de agua y salía fresca a través de un grifo", detalla sobre uno de los muchos artículos que vendía Casa Tarongí.

El taller situado en la calle dels Caputxins fue trasladado a una antigua cochería de caballos de la plaza de España cuando la finca tuvo que ser derribada a finales de los años 40 para construir el mercado del Olivar. Desde que eran pequeños, Miquel y Toni frecuentaron el establecimiento actual, que fue reformado para adaptarlo al taller-tienda, debido a que no había ni baldosas. El abuelo realizaba reparaciones -"muchas asas de cafeteras"- y vendía artículos de hojalata, y el padre, Josep Tarongí, se dedicó a la fontanería, un oficio que luego enseñó a sus hijos y en el que el negocio también se especializó.

"Lo que no tiene nadie"

Con el tiempo, se amplió tanto la variedad que es conocido por ofrecer todo tipo de productos. "Aquí tenemos lo que no tiene nadie y no tenemos lo que tiene todo el mundo. Todo lo raro está aquí", bromea Miquel. Muchos clientes afirman en serio que "cuando no encuentras algo, hay que ir a Casa Tarongí", sobre todo en cuanto a artículos de cocina. Antes vendían una gran cantidad de cedazos para freír y escurrir -"todavía los siguen pidiendo"-; vaciadores de pozos negros, que los payeses adquirían para tener abono; y bombas de hojalata para sacar aceite, muy utilizadas por los mecánicos de coches y los colmados para vender aceite a granel, "aunque todo esto ya ha pasado a la historia".

Actualmente, lo más solicitado son las cafeteras tradicionales, es decir, las italianas. "Bastantes clientes dicen estar cansados de las eléctricas", afirma Miquel. Otro producto muy demandado son las sartenes y, en los últimos tiempos, los artículos de cocina hechos de silicona, destaca la dependienta, Joana Agrisuelas, que anteriormente era cocinera, por lo que los clientes habituales le piden consejos y recetas. "Aquí vienen a comprar estudiantes de Hostelería y reconocidos chefs, como Óscar Martínez", señala. El propietario añade que el trato al cliente es fundamental y no solo lo ofrecen con una atención personalizada, sino también con "productos de calidad a un buen precio. No queremos que haya problemas, debido a que nuestros clientes son de los que vuelven, los de toda la vida, y también los hijos y nietos de los primeros", tal como se enorgullece.

Miquel Tarongí, que en mayo cumplió 65 años, no está del todo convencido de querer jubilarse. "Da un poco de miedo, porque cuando te retiras, te tienes que adaptar a la nueva vida y no sabes cómo será, porque llevo desde los 14 años trabajando". La falta de relevo generacional provocará el cierre definitivo del comercio casi centenario, aunque muchos no lo olvidarán cuando necesiten adquirir un artículo de cocina singular y piensen: "Lo hubiese encontrado en Casa Tarongí".

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