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Palma a Palma

La realidad invisible

La realidad invisible

El hombre antiguo vivía en un estado de vigilia permanente. Corría muchos más riesgos que el hombre moderno. Por eso permanecía avizor hacia el mundo que le rodeaba. Miraba al cielo, escuchaba el viento, vigilaba escrutadoramente el horizonte. Sus únicas armas para predecir el tiempo eran los refranes populares y la observación de la naturaleza. El sonido del viento, el color del cielo, la forma de las nubes. A la fuerza había de permanecer interconectado con el cosmos, pues de ello dependían cosas muy importantes para él.

Todo lo contrario ocurre con el hombre contemporáneo. Para él, la realidad es invisible, inaudible, inexistente. Por las calles te cruzas con una multitud de gente que camina con los auriculares. Escuchando su propia banda sonora. Aislándose del mundo circundante.

Constantemente te tropiezas con familias que han alquilado una lujosa villa frente al mar. Tienen delante el horizonte entero, les llega la cadencia rítmica de las olas del mar. Pues no, lo primero que hacen es colocar una música chill-out a todo volumen. Anular el contacto con el paisaje.

En bares y restaurantes, hay una, dos o más teles de plasma vomitando constantemente sus ruidos y sus músicas. Como si, en medio de un pueblo costero por ejemplo, los sonidos de las barcas, del viento sobre los tejados, de los pinos, de la gente, fueran un fastidio. Y mejor taparlos con un partido de fútbol.

Como consecuencia de ello, el hombre contemporáneo ignora cada vez más cosas de su entorno. Está aislado por la música, los móviles, la televisión, los mensajes. Cada vez es menos capaz de interpretar los signos del mundo que le rodea, porque lo ha sustituido por una realidad virtual.

A veces, pasar una hora simplemente mirando el mar te enseña tanto. Escuchas el viento y las olas. Ves cómo las nubes simulan formas fantásticas. Adviertes el cambio lento de la luz y el cielo. Hay tanto mensaje, tanto contenido.

Qué pena que mucha gente lo sustituya por un programa de telebasura.

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