Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Crónica de Antaño

Gènova y el coleccionista Antonio Mulet

El compositor Manuel de Falla vivió en esta casa de Gènova en diferentes épocas.

Gènova, antes de ser Gènova, era un lugar inhóspito repleto de cuevas y hendiduras, magníficos escondrijos naturales que fueron utilizados por los contrabandistas. Según contaba Antonio Mulet, personaje íntimamente ligado a esta población palmesana, allí se guardaban las mercancías provenientes de la ciudad italiana de Génova: unas preciadas telas, cuyo gravamen de entrada casi prohibitivo, había provocado el surgimiento de un mercado furtivo. Más tarde llegaron los contrabandistas de tabaco que usaron estos parajes para esconder sus productos, "es gènero de Gènova". "Això és de Gènova" decía la gente, y así, casi sin darse cuenta, el lugar empezó a ser conocido con el nombre de la ciudad italiana. Sin duda, Mulet es una fuente fiable, pues pudo conocer a Es capellà de Son Berga, un sacerdote que había nacido en 1842 y que había vivido el nacimiento del núcleo urbano.

Por ejemplo, le contó que el parcelamiento de esta población procedía de parte de la antigua Caballería de Son Vich, con el núcleo de casas de Can Salas y Son Llagosta. También recordaba que la primera piedra de la iglesia se había colocado hacia el año 1858 y que fue un fraile lego, fray Joan, el impulsor, promotor y director de la obra. Gènova pronto quedó dividida en dos zonas: el pla y la comuna. Son Berga, Son Toells, Can Tàpara, Son Ferrer, la Ermita, Son Pere Nofre, Can Vei, Son Batle o Son Ferreret eran algunos de los predios que delimitaban la población.

En aquellos primeros momentos, la mayoría de los habitantes habían levantado con sus propias manos las viviendas "por lo común de sólo planta baja rectangular y de una sola vertiente, modesta y aseada, con una terraza (carrera) delante". Allí, siempre que se podía, se vivía al aire libre, como sucedía durante "las noches de verano, a la fresca, por medio de ese teléfono sutil formado por el aire y el silencio de Génova, se establecen diálogos de terraza a terraza".

Hacia 1860, llegó a Mallorca mano de obra procedente del norte de la Península con la finalidad de trabajar en la construcción de una nueva carretera que debía ir de Palma a Andratx, pasando por Santa Ponça. Ello motivó que muchas de estas nuevas familias se estableciesen en Gènova. Ya en el siglo XX, después de la Guerra Civil, también llegaron a esta población peninsulares que habían venido a trabajar en la cantera de Na Baiana, cuyo material iba destinado a la construcción de un nuevo muelle, a continuación de la Punta de San Carlos y de Portopí: el Dique del Oeste. En definitiva, a principios del siglo XX, Gènova se había convertido en un sitio pintoresco, tranquilo y alegre, desde donde se contemplaban bellas vistas panorámicas, lo que propició la llegada de escritores y artistas.

Fue sin duda Manuel de Falla uno de sus más insignes habitantes. En 1933, invitado al Festival F. Chopin por el P. Joan Maria Thomàs, el gran compositor gaditano llegó a Mallorca. Thomàs vio en Gènova el sitio ideal para que el maestro Falla pudiese residir tranquilo. Allí compuso ´Balada a Mallorca´. El músico se encontró tan a gusto que un año después decidió volver a la misma casa. En total residió once meses en Gènova. El pintor Francisco Bernareggi fue otro de los artistas que también quedaron prendados de este elevado rincón palmesano. Ahora bien, fue Antonio Mulet Gomila una de las personalidades más ligadas a Gènova.

Nació este coleccionista y erudito en Palma, en 1887. Según explicaba él mismo, siempre tuvo "la chifladura" de coleccionar todos aquellos objetos relacionados con las antigüedades, especialmente con el arte y folklore mallorquín. De joven tuvo el acierto de cobijarse en amistades más instruidas que él, que le fueron indicando qué libros leer y qué lugares conocer. A finales del siglo XIX, había en Palma un reducido grupo de coleccionistas entre los que destacó Álvaro Campaner y Fuertes, que poseyó una buena colección de cerámica y de monedas. Como numismático llegó a ser reconocido internacionalmente. Tras su muerte, la colección de cerámica pasó al Museo Diocesano, mientras que sus apreciadas monedas se dispersaron. Otros coleccionistas destacados fueron el archiduque Luis Salvador, Francisco Villalonga, Vicente Furió, Antonio Peña, Miguel Sureda Blanes, los farmacéuticos Torrens y Sancho€ y un jovencísimo Antonio Mulet. Introducido en aquel pequeño mundo, enrevesado -los coleccionistas, entre ellos, se consideran adversarios -, el benjamín del grupo aprendió a "cazar" piezas.

Entre los anticuarios contemporáneos de su época destacaban José Costa, que según Mulet "representó al anticuario instruido e inteligente", lo que le llevó a ser asesor de confianza de los March; la "espabilada" Margarita Mateu, de la calle Peraires; Miguel Sampol, "fino de trato y simpático, pero fenicio que sabe examinar al cliente, complacerle y venderle"; o "Na Delmonte, para la que el oficio no tiene secretos".

Pronto, pues, frecuentó los anticuarios a los que enseguida supo presentarse "con desgana, a quitar importancia a lo que deseaba comprar y a encarecer lo que no me interesaba". A pesar de encontrarse con la dificultades que entraña el mundo del coleccionismo, tuvo la suerte que al empezar con esta afición, y a pesar de existir ese reducido grupo, la verdad es que todavía no se había puesto de moda "y, más bien, se tenía a los coleccionistas por locos de atar, por "mans foradades".

Ello le permitió, durante las dos primeras décadas del siglo XX, crear una colección nada desdeñable. Como él mismo cuenta, al terminar la Gran Guerra, las antigüedades se encarecieron considerablemente y después de la Segunda Guerra Mundial muchas de ellas fueron prohibitivas. Llegó a tan altos niveles de obsesión su chifladura que sus compañeros del grupo excursionista Lo Femur le llegaron a advertir que se arruinaría si seguía con su "vicio".

Hacia 1916, Mulet compró una casa en Gènova "donde el monte empieza a embravecerse y el pino se da la mano con el algarrobo y el almendro". Allí, muy cerca del lugar en que residiría unos años después Manuel Falla, consiguió abrir el museo de Can Mulet dedicado al arte y al folklore mallorquín. Su museo fue muy visitado durante décadas. Con su propaganda y publicaciones consiguió llevar el nombre de Mallorca y de Gènova a muchos lugares de Europa. Por suerte, a su muerte su legado se repartió entre el Museo Diocesano, la Sociedad Arqueológica Luliana y el Museo de Lluc.

Compartir el artículo

stats