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Palma a Palma

Factor de arrepentimiento

Algún día habrá que cuantificar los daños emocionales que ha causado la moderna tecnología de la comunicación. Nos ha facilitado muchas cosas, es cierto, pero también han abierto peligrosos abismos por los que todos acabamos cayendo un día u otro.

Los mails y mensajes, por ejemplo, tienen una inmediatez que a veces puede resultar suicida. Antes, uno escribía una carta. Se ponía delante del papel. Mordía el bolígrafo. Miraba al techo. Luego escribía el encabezamiento. Volvía a pensar. Y así sucesivamente hasta que acababa la carta. Tenía todavía el tiempo de cerrar el sobre, pegar el sello, caminar hasta el buzón, abrir la lengüeta...

Si habías cometido algún exceso, si te arrepentías de algo, contabas con suficiente margen como pensarlo y repensarlo. Hasta el punto de retirar la carta de la boca del buzón en el último momento. "Bueno, mejor no lo hago".

Con la moderna tecnología, eso es imposible. Uno tiene un pronto. Escribe un mail o un mensaje instantáneo. Y le da al enviar sin tiempo para nada. Es imposible reflexionar, porque la propia mecánica de los teclados y los teléfonos es acumulativa, relampagueante, líquida. Te empuja a pasar de una cosa a otra. A terminar lo antes posible.

Cuántas veces, pocos segundos después, nos arrepentimos de lo que hemos escrito. Pensamos que tal vez no hemos matizado lo suficiente, que nos hemos apresurado, que hemos metido la pata. Pero ya es tarde, tardísimo. Porque el receptor ya acaba de recibir nuestro mensaje y también contestará con otra misiva escrita a vuela pluma, quizás inconveniente, y así hasta el infinito...

Cuántas amistades y relaciones amorosas se habrán roto por esa ausencia del antiguo factor de arrepentimiento. Tan necesario.

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