Diario de Mallorca

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Palma a la vista

Estoy en tus ojos (o no)

Turistas retratando los cisnes de la Almudaina. A nosotros ni nos ven. Feliu Renom

Ser extranjero, el otro, en tu ciudad tiene sus ventajas. Como destino turístico de moda que somos, los resistentes residentes se permiten el lujo de ser ellos mismos viajeros en casa. La metamorfosis es un juego de espejo. Somos Alicia a través de la mirada de los miles de turistas que ocupan nuestras terrazas, se sientan en nuestros bancos, ocupan el aparcamiento de nuestros coches, compran en las tiendas de comestibles que suelen abastecernos y al final, algunos de ellos, acaban comprando nuestras casas. Pero todo, absolutamente todo, se lo vendemos nosotros. Para convertirnos en turistas de Palma, de la isla, de la tierra donde nacimos, del lugar donde vivimos.

"La vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante", apunta John Berger en su libro Modos de ver. De tal manera, que "solamente vemos aquello que miramos. Y mirar es un acto voluntario, como resultado del cual, lo que vemos queda a nuestro alcance, aunque no necesariamente al alcance de nuestro brazo".

En esa tremenda verdad, cómo situar la manera que tenemos de mirar al visitantes, a ese turista desprevenido al que le importa tres que ochenta quiénes somos los mallorquines. Aquí se viene a por sol, a por copas, a por el mar y a darse un pequeño lustre de cultura con las obligadas peregrinaciones a la Catedral y al castillo de Bellver, esa maravilla de castillo redondo que le hace raro, por tanto, apetecible.

Los autóctonos, llamados mallorquines, y aquí se podrían incluir a los que nacidos fuera llevan tantos años viviendo en la isla que acaban mimetizándose en esa peculiar manera de ser isleña, tenemos fama de dejar en paz a los demás. ¿No es una manera muy sutil de llamarnos indiferentes al otro?

Unos, ellos, los turistas, al que les importamos más bien poco, y otros, nosotros, a los que nos importan un bledo estos visitantes necesarios porque les hemos convertido en los paganos de nuestros sueldos.

Probemos de mirarlos con sus ojos. Los turistas llegan y sin apenas haber observado el objeto a retratar, sacan su smartphone, algunas su cámara, y disparan. Se lían a selfies con los monumentos como decorados. Solo a lo lejos, en algunas de esas fotos, salimos los locales, casi como seres desvanecidos. Igual que aquella ciudad que describiera Mario Verdaguer.

Al mismo tiempo, los residentes deslizan esa mirada huidiza al contacto humano y solo ven al turista masa, sin otorgarles el más mínimo gesto de piedad. "Solo vemos aquello que miramos", escribió Berger. Puesto que ni nos miran ni les miramos, no les vemos, no nos ven. Palma se convierte entonces en una ciudad de sombras desde abril a octubre. Esa es la realidad. ¿Y si nos ponemos gafas?

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