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Palma a Palma

La ventana de las cuatro estaciones

Aveces, las imágenes callejeras se convierten en fotografías del alma. No sabes por qué, pero un detalle sin mayor relevancia capta tu atención. Se convierte en una referencia para tu estado de ánimo. Sobre todo cuando pasas cada día por delante. Y el tiempo se va desgranando lentamente a medida que te encuentras una y otra vez con ella.

Tengo, por ejemplo, especial debilidad por las ventanas. Sobre todo las ventanas estacionales.

Son estas las que, de alguna manera aunque sea discreta, van cambiando a medida que se desarrollan las estaciones del año. Recuerdo por ejemplo una ventana de lo más anodina, situada al final de una calle breve. Es un edificio moderno, sin ningún atractivo. Pero no sé por qué esa ventana deja trasparentar su vida interior de una manera ejemplar.

En verano, tiene un visillo leve que tiembla con la brisa del mediodía. Siempre cuenta con alguna toalla puesta a secar. Y en su interior se adivinan las sombras fresquitas de algún ventilador. Contemplar esa imagen es sentir ya la canícula. El calor, la intimidad abierta, el tiempo denso y pegajoso.

En otoño, cruzas por delante y ves como tiene corridas a medias sus cortinas de franela. Divisas al fondo una luz encendida. Que da claridad a una librería. Ilumina sus colores. Distingues las orejeras de un sillón. Y automáticamente visualizas una persona leyendo una novela cómodamente, con la lámpara de pie. Mientras la lluvia repiquetea de forma dulce sobre los cristales.

Y en Navidad, pasas por delante subiéndote el cuello del abrigo y ves el árbol de navidad. Las luces de colores. La atmósfera de fiesta y vacaciones. Te produce un calorcillo interior bien particular. Como si compartieses su alegría.

Es curioso como, sin conocer a las personas que viven allí, acabas por considerarlos como tu familia. Como una ventana abierta hacia el edificio secreto de tu interioridad.

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