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Palma a la vista

La cuesta de los milagros

La costa de Can Muntaner está recuperando vidilla.

Unos años atrás, la costa de Can Muntaner era un páramo. Las vallas metálicas de los negocios estaban cerradas a cal y canto. Solo la búlgara Miglena Samokovlieva se arriesgó a abrir un comercio. En realidad fue su hija Viktoria Juligana, licenciada en Informática la que se decidió a abrir esta tienda de té. Hoy, cinco años después, sigue en la cuesta, tan solo se ha mudado al frente. Es la más veterana de esta calle de escalinatas que comunica Sant Miquel con la calle Missió, y que en el último año parece estar recuperando músculo.

Al lado de Miglena tiene consulta el psicoanalista Antonio J. Colom, que tiene consulta unos días a la semana. Al igual que él, otro local, Sanz, de restauración de muebles y objetos de los años 50, 60 y 70. Un cartel indica que está afuera.

Justo enfrente, casi recién llegados, y son los últimos de la cuesta, Dani López, tatuador de Palma Santa, su nuevo local de tatuajes. "Me va muy bien porque tengo una buena cartera de clientes", asegura. Apunta que "el tatuaje está en alza". Está ultimando cuatro detalles de la decoración del local. Apenas lleva un mes en este callejón elegido "porque es céntrico sin ser ruidoso; necesito un lugar tranquilo para poder trabajar".

Lo es, incluso con algún turista despistado que se atreve a enfrentarse a una calle con escalera, algo que los cruceristas obvian porque tienen prisa y quieren ver Palma sin aliento. Sin embargo, la costa de Can Muntaner es un alivio a este destino turístico donde es más que difícil pernoctar, incluso pagando cientos de euros por noche.

En el interior de Ideari, una librería de segunda mano que abrió la pedagoga Victoria Jaume seis años atrás y en la calle Vatllori, se respira olor a clásicos, a letra de papel sepia, a libros muy baratos.

En su mismo lado, escalones más abajo, se escucha el tricotar de la modista Rita Bone, una ecuatoriana nacida en Esmeralda, la zona de los terremotos, muy preocupada "porque, ¡como una es un árbol, parte de mis hijos están allá, y aunque sé que ellos están bien, las noticias me alarman... Tengo muchos primos y buenos amigos por la zona... Igual mis hijos saben algo y no me quieren contar nada", piensa en voz alta.

Rita está arreglando una camisa de gasa roja. Lleva ocho años en Palma. Se vino con parte de sus hijos. "¡Tengo 12; de dos compromisos!", cuenta. Nadie lo diría. Tiene 60 años, pero luce más joven.

Está encantada de haber instalado su pequeño taller en esta calle donde cose a la vista de todo el mundo. Ella, a lo suyo; a los pespuntes, a los dobladillos. "Me gusta más estar en un calle como ésta que en el centro", dice.

También son vecinos de la calle Familia, una tienda de artículos de motos y Happy Cut, un salón de peluquería y cosmética saludable que regenta Enrique Pedroche.

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