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Crónica de Antaño

El antiguo convento de Santa Catalina de Sena

Se empezó a construir en 1660 donde ahora están Los Geranios y desapareció en los años 60 del siglo XX, a excepción de su iglesia

La iglesia de Santa Catalina de Sena se encuentra en la calle Sant Miquel.

Los Geranios. Con este nombre se conoce el espacio que hay entre la calle Sant Miquel y la plaza del Olivar. En este solar estuvo el convento de Santa Catalina de Sena (Siena) hasta la década de los sesenta del siglo pasado. Hoy se conserva su bella iglesia, una de las más singulares de Palma, dedicada al culto cristiano ortodoxo. Este malogrado convento había sido fundado por las monjas dominicas -conocidas en Palma como ses Catalines- en el siglo XVII. Catalina Benincasa había nacido en Siena en 1347. A los 18 años tomó el hábito de la orden seglar de los dominicos. Estuvo presente en la vida activa de la Iglesia -participó en el proceso de convencer a la curia papal de Aviñón para que regresase a Roma-. Fue canonizada por Pío II en 1461.

Aina Pascual y Jaume Llabrés sostienen que la devoción en Mallorca a la santa sienesa se inició durante la primera década del Seiscientos debido a una serie de iniciativas impulsadas por los dominicos. Por ejemplo, en 1611 se representó en la iglesia de Santo Domingo y en el Hospital General una obra teatral hagiográfica de la santa, escrita por el poeta Sebastià Pons y en esa misma época los frailes predicadores encargaron al escultor italiano Camillo Silvestro Parrino un retablo bajo su advocación destinado a la iglesia conventual, al mismo tiempo que fray Antoni Penya publicaba una biografía de Catalina. Finalmente, también durante la primera mitad de este siglo, aparecieron por primera vez un grupo de mujeres y hombres de la tercera orden dominica. En definitiva, parece claro que la devoción a Santa Catalina surgió en Palma a principios del siglo XVII.

En este contexto, el dominico fray Julià Fontirroig, en 1611, tuvo la iniciativa de fundar un convento femenino de la orden de los predicadores. Fontirroig murió en 1613, aunque fray Miquel Sorell, antiguo colaborador suyo, cogió el testigo para continuar la labor de la fundación. Por lo visto, en 1650, fray Sorell se convirtió en el confesor del noble Joan Despuig, con quien congenió y posteriormente convenció para que cediese su patrimonio -no tenía descendencia- como legado para poder construir el convento. Tras morir Despuig, en 1656, su madre, Elisabet Despuig, y fray Sorell se encargaron de concretar la ejecución del proyecto. A finales de 1658 embarcaron cuatro monjas del convento de Santa Catalina de Valencia rumbo a Palma. Durante los primeros meses se alojaron en la Casa de la Sacristanía, detrás de la Catedral.

El 8 de junio de 1659, las monjas, escoltadas por el obispo de Mallorca, autoridades y un extenso séquito, se dirigieron a la calle de Sant Miquel, donde se alojaron en una casa junto con una pequeña iglesia que previamente se había comprado y acondicionado para las monjas. Durante el mes de octubre del mismo año se trasladaron allí los restos mortales del fundador. Desde un primer momento los parientes de Despuig reclamaron parte de los bienes que se habían legado a las Catalines, llegando a mantener algunos pleitos que duraron cerca de cien años. Si a ello se le añade la conflictividad de intereses con la parroquia de Sant Miquel, con la diócesis, en una ciudad saturada ya de por sí de conventos, en constante competencia entre ellos por conseguir los escasos recursos existentes, se entienden las dificultades con las que tuvieron que bregar las monjas y sus protectores.

Las religiosas dedicaron la práctica totalidad de la segunda mitad del siglo XVII a comprar propiedades adyacentes para ir consiguiendo un solar suficientemente grande para construir el nuevo convento. A pesar de la lentitud a la hora de ir adquiriendo propiedades, no impidió que las obras del convento se iniciasen en fecha tan temprana como es la de 1660. En 1668 estaban hechas las celdas y el refectorio. En ese último año se empezó a construir la nueva iglesia, que finalizó 13 años después, en 1681. El maestro de obras del convento e iglesia fue Joan Bauçà, proveniente de una saga de constructores relacionados con las obras del Ayuntamiento, la Catedral y otros conventos palmesanos.

Este bello templo presenta una planta de cruz latina con un cúpula en el centro y debe relacionarse con las iglesias de Lluc, la de las teresas de Palma o la de las capuchinas. En su interior destaca el sepulcro del fundador Joan Despuig, deudor -por deseo testamentario- del de Ramon de Verí, ubicado en la iglesia de Montesión. Fue realizado a principios del siglo XVIII y la escultura que representa al fundador es de factura italiana.

Una de las monjas que destacó a lo largo de la historia del convento fue sor Aina Maria del Santíssim Sagrament (1649-1700), que escribió una Exposició dels càntics d´amor del beat Ramon Llull. En algunos cenobios mallorquines todavía persiste la llama de la devoción a esta monja dominica. Con la llegada del siglo XIX, y a pesar de las medidas desamortizadoras de los años 30, el convento consiguió mantenerse intacto. Fue ya en el siglo XX cuando las cosas cambiaron totalmente. Con el Plan de Reforma Urbana de 1941, obra del arquitecto Gabriel Alomar, llegó la profunda transformación del barrio. Primero fue la creación del mercado del Olivar, en la que ya se expropió parte del huerto a las monjas Catalinas. Según Pascual y Llabrés, este hecho provocó una cierta inquietud en la comunidad religiosa. Celosas de su intimidad y sosiego, temieron ver perturbada su vida contemplativa.

Sin duda, los importantes intereses urbanísticos y económicos debieron de ejercer, a través de ofertas de compra y de algún que otro consejo taimado por parte de los especuladores, una fuerte presión sobre la monjas. Finalmente, en 1962, de forma muy discreta, se firmó la venta del convento. Más que una venta fue un canje. Las religiosas cambiaron su antiguo convento por otro de nueva planta en el barrrio de sa Indioteria sin recibir ninguna compensación económica. Esta operación escandalizó al mundo cultural palmesano. Entidades como la Sociedad Arqueológica Luliana o la Comisión Provincial de Monumentos se movilizaron con la intención de, al menos, salvar la iglesia. Tanto el periodista y editor Lluís Ripoll como el historiador Guillem Rosselló Bordoy fueron claves para conseguir la declaración de monumento histórico-artístico para el templo.

También se consiguió reubicar el claustro en la sede de la facultad de Filosofía y Letras de la Universitat de les Illes Balears (UIB), y un portal blasonado en un lateral del convento de las Jerónimas. El resto del convento fue derribado, dando lugar a la urbanización conocida como Los Geranios.

*Cronista oficial de Palma

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