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Palma a la vista

Arquitecto de distancias cortas

La plaza Porta de Santa Catalina está más viva gracias a la huella de Federico Climent. L.D.

Solo el tiempo ha hecho posible que entienda mejor ciertos gestos. Los de un arquitecto como Federico Climent traducidos en sus obras, algunas, las más destacadas, en su función de arquitecto municipal. Vivió la profesión de una manera similar a cómo ha vivido su enfermedad mortal: con aceptación y a la vez lucha, en silencio y a la vez con elocuencia.

Federico escribió en sus últimos meses cuentos, que trabajó con su hija Aina. Sé que los leeré y al hacerlo entenderé mucho más aquella media sonrisa, aquella voz grave, de tono bajo, que, sin embargo, alzó con el lápiz de ser un arquitecto de distancias cortas. Él que siempre fue un hombre discreto.

He vuelto a pasear por la plaza Porta de Santa Catalina, a la que los vecinos conocen como plaza de los Pins y los más viejos del lugar aún repiten su nombre franquista, el de Jinetes de Alcalá. Fue una de sus intervenciones públicas como la pequeña plazoleta dedicada a Encarna Viñas o la muy anterior reforma de la plaza de las Columnas, o de García Orell, abuelo del pintor Juan Segura, al que estoy segura le habría gustado la restauración que ahí hizo Federico Climent.

En todas ellas hay algo común: la sabiduría de quien sabe qué músculos mueven la ciudad. No quiso ejercer de arquitecto de artificio, no habría podido hacerlo quien ha aprendido de primera mano, en las distancias cortas, de arquitectos sabios como Jorn Utzon, Francisco Sáenz de Oiza, Rafael Moneo, Manuel Solà Morales. Por ello, las plazas de Federico, sus reformas, sus intervenciones, atienden desde el ejercicio del buen arquitecto la función que deben cumplir: ser espacio de convivencia, de disfrute, de sostén de los de a pie.

Hay algo más en las obras, en los gestos de Federico, la generosidad. Él no quiso ejercer de maestro de ceremonias, y pudo haberlo hecho. Prefirió saber estar, una virtud que hoy cotiza poco y que debería volver a enseñarse en los colegios, en las familias, en la vida.

Climent se enfrentó a la estulticia cuando hubo que hacerlo pero siempre con el rigor, buscando el equilibrio, no por quedar bien, si no por buscar la verdad. En la plaza, encargada en 1941 a Enrique Juncosa, se levantó un obelisco y una fuente. En aplicación de la Ley de Memoria Histórica se derribó el primero y se mantuvo la segunda, sin embargo, Juncosa fue un funcionario que acató el encargo del Ayuntamiento pero sin exaltar a los franquistas jinetes de Alcalá. Él escribió: "A la memoria de las cosas".

Hubo mucha polémica en torno a la reforma que, por otro lado, sellaba una victoria vecinal frente a los intereses de la Corporación del PP, ya en democracia, que quería un aparcamiento. Ganaron los vecinos. Federico aplaudió el Fuenteovejuna del barrio y les construyó una plaza con dos palomas. Así era él.

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