Una imagen en recesión. Incluso en peligro de extinción. Decenas de miles de turistas habrán comprado esta tarjeta postal de las embarcaciones de pesca atracadas en primer plano en el muelle y al fondo la catedral. Los dominios de los pescadores abarcaban los atraques situados frente a la lonja, pero también les pertenecían los amarres próximos al secadero de redes -donde esta el septuagenario, aunque renovado, bar Pesquero- y se extendían hasta las inmediaciones del Moll de la Riba. Embarcaciones -pequeños bots-, para faenar en las aguas interiores de la bahía, y también los bous para arrastrar en aguas más profundas.
Pero cada vez son menos. Ceden su espacio. La pesca, además de ser una tarea dura y peligrosa, no puede competir con el cemento o el turismo. Hoy apenas suman el 0,1% del Producto Interior Bruto de Balears. El ladrillo y el ocio dan dinero a espuertas y su poder se exhibe a bordo de un megayate.
El archiduque Luis Salvador describe el ambiente en el muelle de pescadores: "La vida en este punto es siempre muy activa. Ya a la madrugada comienza el ajetreo con la llegada de los llaüts, que han pescado en la bahía... Desparramados por todo el muelle vense odres de aceite envueltos en esteras de esparto, barrales [sic] con forros de mimbre llenos de anisado o de aguardiente... Puede observarse la verdadera vida del marinero mallorquín a bordo de un escampavia o de los llaüts viendo cuan fraternalmente sentados en la cubierta comen todos de una misma cazuela de sopes o de arroz".
Por supuesto que esta estampa ha variado sustancialmente. Pero sobre todo ha cambiado la presencia, el peso de la actividad pesquera. En 1965 había 780 naves dedicadas a faenar en el mar de Balears. En 1986 apenas quedaban 110. El último recuento desvela que en Palma solo amarran 31.
¿Cuánto falta para que los últimos pescadores abandonen el muelle? ¿Qué día será aquel en que la foto de la catedral no se tome entre llaüts y barques de bou sino entre yates dotados de solarium, moto acuática y helipuerto?
