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Sa Torreta

Confesionario para sordos en l'Almoina

Si la Seu es la lujuria del gótico mallorquín, la vecina Casa de l'Almoina es el pequeño frasco que contiene su esencia. Humilde y casi invisible en comparación...

La Casa de l´Almoina, la esencia del gótico junto a la catedral.

Si la Seu es la lujuria del gótico mallorquín, la vecina Casa de l'Almoina es el pequeño frasco que contiene su esencia. Humilde y casi invisible en comparación con la mole de la catedral vecina es, sin embargo, de una proporción exacta y de una delicada decoración. En la clave del arco de ingreso está grabada la fecha de construcción: 1529. Se atribuye a un discípulo de Guillem Sagrera.

Como su propio nombre indica, fue durante siglos el lugar desde el que el cabildo de la catedral repartía limosna entre los menesterosos de la ciudad. Los legados y censos de los que disfrutaba el primer templo mallorquín fueron incautados en su mayor parte por el Estado durante las sucesivas desamortizaciones y, de forma simultánea, debió desaparecer la función para la que se construyó. Hoy en día es la puerta de entrada de los miles de turistas que a diario visitan el templo para conocer las obras de Jaume Blanquer, Antoni Gaudí o Juan de Juanes. Cada uno de ellos puede sentirse como un emperador, porque el 13 de octubre de 1541 fue Carlos V quien utilizó el mismo portal para ingresar en la Seu.

Entre la función de acceso al templo de nuestros días y el reparto de limosnas de su origen, la casa ha prestado otros servicios. Alguno de ellos muy curiosos. Por ejemplo, fue escuela de canto, centro de enseñanza de Teología, aula de catequesis en lengua mallorquina para enseñar la doctrina cristiana o capilla para que pudieran oficiar misa los sacerdotes que por enfermedad no pudieran hacerlo en público.

Sin embargo, la finalidad que más llama la atención entre las que ha tenido la Casa de l'Almoina es que durante unos años se ubicó allí un confesionario para penitentes sordos, que de esta forma quedaban aislados de voces elevadas. Una sabia medida del cabildo, que sin duda quería evitar que en las naves resonaran los gritos del confesor dirigiéndose al pecador sordo: "¡¡¡Le pregunto que cuántas veces dice que se ha acostado con la sirvienta!!!". O, por poner otro ejemplo banal y de nuestros días: "¡¡¡Que cuántos millones dice que ha robado en la Conselleria!!!".

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