La Humanidad no sabe lo que ha hecho al inventar los drones. Hasta ahora, la tierra y el mar estaban bastante congestionados. Los coches, las autopistas, los yates, los puertos deportivos, los mercantes. Pero el cielo quedaba reservado a los grandes pájaros. Solo los aviones de línea señoreaban ese espacio sin límites.
Los drones, con su aspecto estrambótico y sus pequeñas hélices, aparecieron como una mera curiosidad. Pero no ha pasado mucho tiempo antes de que se les hayan atribuido funciones cada vez más decisivas. Filmar paisajes y perspectivas insólitas, utilidades militares, de exploración?
Ahora, por poco dinero puedes tener tu propio dron. Aunque no sepas exactamente para qué te puede servir, lo cierto es que mola. Y he visto fotos de gente mirando fijamente su dron de compañía como quien tiene un loro o un gato siamés.
Los drones comienzan a colonizar el espacio. Y lo hacen con una condición desagradable, tanto por el aspecto como por su sonido. Como si fuesen unos mosquitos gigantes. Son bichos impertinentes, curiosos, entrometidos. Quién sabe si un día estarás comiendo en tu casa y verás por la ventana aparecer un dron con su cámara, enfocándote fijamente.
Irás a la playa y en lugar de escuchar el sonido de las olas, verás como los drones se cruzan sobre ti buscando nuevas panorámicas. Entrarás en una gran cueva buscando el silencio telúrico... y te interrumpirá un dron con su foco encendido.
El dron permite cumplir un antiguo sueño humano. Volar. Con la gran ventaja de que el que se juega el tipo es el artefacto. Y la gente se limita a verlo surcar los aires, pasar por vericuetos imposibles, filtrarse en la vida de los otros.
Hace cincuenta años, la imagen que se tenía del futuro era eminentemente astronáutica. Pensaban que iríamos a bordo de cohetes de un planeta a otro a partir del año 2000. Al final las gran revolución ha sido la de los móviles y el internet.
¿Serán los drones el inicio de esa presentida conquista del espacio?
