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Aniversario

"Cuando comenzó la Guerra Civil, me cogió bailando"

Francisca García Hernández, vecina de Son Gotleu, acaba de cumplir 100 años - Vive el día a día sin asistencia de nadie y goza de una memoria envidiable sobre la historia de España

Foto de familia de los asistentes a la celebración.

En batín y delantal abre las puertas de su casa, un humilde piso en el centro de Son Gotleu. Estaba en la cocina preparando la comida, como cada día, después de haber limpiado las habitaciones. Sin ayuda de nadie. Admirable, si se tiene en cuenta que Francisca García Hernández acaba de cumplir 100 años. Que se dice pronto. Le ha dado tiempo a vivir bajo tres regímenes políticos y ver tres reyes de España, un dictador o nueve papas de Roma. Y tiene la suerte de mantener una locuacidad y una memoria inusitadas para alguien de su edad.

Nació el 2 de abril de 1916 en Navarrevisca, un pequeño pueblo de la provincia de Ávila, en medio de la Sierra de Gredos. "Me gustaba mucho estudiar, pero mi padre no podía ir al colegio a por mí y vigilar a las cabras". Una vez su profesora le dijo a su padre que era "una pena que la Francisca no pudiera estudiar", porque ella de pequeña quería ser maestra.

En su juventud se trasladó a Madrid. La noche del 18 de julio de 1936 ella estaba de fiesta. "Cuando comenzó la guerra civil, yo no sabía nada y me cogió bailando. Estábamos en un baile en la plaza Mayor de Madrid y vinieron hombres con fusiles que nos echaron de allí, porque estábamos en un lugar al descubierto".

Oyó tiros al volver hacia casa y, al llegar, la dueña de la hospedería le espetó: "¿Pero cómo se os ocurre salir con la guerra que hay?". "¡Y yo qué sabía!, si en aquella época comprábamos el periódico solo los domingos y casi no había radios", narra García Hernández con todo detalle.

Durante la guerra conoció a su marido, que por aquel entonces era guardia de asalto. Vivió en diferentes ciudades de la península hasta que en 1955 llegó con sus dos hijos hasta Mallorca. Tras un año y medio en Bunyola, se movieron a Palma. Ocho años de alquiler en el Molinar les bastaron para ahorrar un poco y dar la entrada de un piso en Son Gotleu, un barrio que a mediados de los 60 se estaba comenzando a construir en lo que entonces eran las afueras de la ciudad.

Mientras que su marido trabajaba en una fundición, ella limpiaba casas: "Fregaba de rodillas y lavaba la ropa a mano, pero nunca me he quejado del trabajo".

"Palma es el lugar donde he estado más a gusto. Hasta que empezaron a hacer hoteles esto era muy pequeño, como Ávila", apunta. "Los primeros años [en Son Gotleu] eran estupendos, pero luego empezaron con la droga. Esto no es de ahora. En los 70 la escondían debajo de los coches y en las tapas de las farolas, pero no teníamos teléfono para avisar a la policía", explica García.

Ha visto la degradación del barrio obrero desde su pequeño balcón. Ella dice ser respetada entre sus vecinos. "Conmigo no se mete nadie", asegura, y no tiene reparos con la inmigración, de los que dice que "la mayoría son muy buenos para la vecindad".

Desde que se jubiló tiene más tiempo para disfrutar de coser o del ganchillo. Sigue haciendo de todo en su casa. "Y si me canso me siento un rato".

Dieta sana y legumbres a diario

¿Cuál es su secreto para llegar tan bien al siglo de vida? "Pues no lo sé, hijo. Pero yo nunca he comido filetones. En mi casa cosas caras nunca han entrado. Yo siempre decía que veníamos a ganar una peseta, no a gastarla. Como legumbres cada día, sobre todo judías y garbanzos. Y mucha, mucha fruta y verdura", comenta la jubilada.

Para celebrar toda una vida plagada de anécdotas, el pasado domingo toda su familia se reunió en una casa de Llucmajor para celebrar su cumpleaños. Unas sesenta personas -"toda la tribu", como la llama su hijo Pepe- acudieron a rendirle homenaje por alcanzar una cifra tan redonda. Una veintena de familiares de la península vinieron hasta Mallorca para sorprenderla. De Madrid, de Ávila y de donde fuera con tal de festejar los 100 años. Y ella todavía se emociona al recordar la celebración. "Pasé un día maravilloso al verles a todos", asegura.

Le regalaron un ramo de flores, una poesía, un álbum de fotos y un vídeo, porque le encanta disfrutar de los recuerdos de su familia. Y del pueblo. Por ello tiene fotos de sus dos hijos, seis nietos y cinco bisnietos en todo el comedor, además de imágenes de su Navarrevisca natal.

Hace tres años que no va al pueblo porque dice no tener fuerzas, pero todavía mantiene la ilusión de volver a la casa que tanto esfuerzo les costó comprarse en la Sierra de Gredos. Solo aqueja dolores de espalda, por lo que parece que la salud no será un inconveniente para que celebre más cumpleaños por todo lo alto. Porque un centenario bien lo vale.

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