¿Cuándo acaba de llover? ¿En qué momento cae la última gota? Las tardes de lluvia como la de ayer constituyen una especie de unidad cerrada. Escuchamos cómo discurre el agua del cielo, repiquetea por los cristales, se desliza por las tuberías de desagüe. Y uno hace la reflexión: "Ahora llueve".
Pero las nubes van circulando. El tiempo cambia lentamente. Y de una forma progresiva, las gotas pierden fuerza. Se espacia su ritmo. Aunque sigues escuchando el ruido de los coches sobre el asfalto, y el goteo de algún alféizar sobre la acera.
El cielo adquiere un tono más claro. Llueve un poco más, y de repente cesa. Te asomas. Y tal vez caiga en ese momento la última precipitación del cielo. ¿Será realmente la última? ¿Volverá a llover en poco tiempo?
Parece una fruslería. Pero no lo es de ningún modo cuando aplicamos la incógnita a otros terrenos. A veces te encuentras con un conocido, hablas con él. Te despides como si nada. Y tres días después te enteras de que ha muerto. Y resulta que aquella conversación inocua, intrascendente, ha sido la última. Adquiere una importancia gigantesca. Un relieve metafísico. Te impresiona profundamente.
A veces hacemos un viaje. ¿Sabemos si realmente volveremos algún día a ese lugar? ¿Será nuestra única visita? Qué diferente sería si fuésemos conscientes de ello. Pero generalmente no lo somos.
Las postrimerías no suelen manifestarse, tal vez para no angustiarnos con problemas tan trascendentales. De lo contrario, nos estaríamos despidiendo de todo constantemente. Pero el tema está ahí. Subyacente en todo lo que hacemos.
Aunque sea algo tan intrascendente como asomarnos a la ventana y recibir en la cara la última gota.
