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Palma a la vista

Un mercado sin 'tardeo'

La plaza de abastos de Pere Garau es una de las más antiguas de Palma; es de 1943. L.D.

¿Qué termino aplicar a un mercado que cede sus funciones de venta de productos alimenticios para convertir sus puestos en pequeñas tascas? Tanto Santa Catalina como el Olivar hacen convivir ambas funciones. Hay quien se rasga las vestiduras porque teme que el tradicional mercado está entonando el pobre de mí. Lo que ocurre es que Palma se está apuntando a la moda exportada de ciudades como Madrid en la que los mercados de barrio se convierten en los llamados espacios gastronómicos. Conviven los residentes que bajan a hacer la compra diaria o semanal con los de paso, turistas en mayor medida.

Ir a la plaza solía coincidir con fer dissabte. Se limpiaban las casas y se iba a llenar la cesta de la compra para toda la semana. El domingo se descansaba. Hoy se sigue manteniendo la costumbre, solo que cada vez se limpia menos y se come más. Entre medias se mercadea.

En el ecuador de la crisis, cuando la clase media dejó de salir a cenar fuera con la misma asiduidad que en la época de las vacas gordas, o de la burbuja inmobiliaria, se volvió a los mercados como lugares de tapeo, aprovechando los precios económicos de las tapas y los variats de sus bares situados casi siempre en las esquinas. Se volvió a acuñar el término vermut.

El eco ha sido tal que nos hemos tirado a las ostras y a los sushi como poseídos. Los guiris han tomado al asalto los mercados como tabernas. En Santa Catalina, además, se ha ampliado el paquete con un bailoteo con muchos grados de alcohol. La cercanía de algunas discotecas lo ha posibilitado. Sus mayores clientes no son turistas. Somos nosotros. El llamado tardeo está mosqueando a los vecinos, pero ahí sigue.

Donde no hay ni sushi, ni ostras, ni marisco que comprar para que luego te lo asan a la plancha en el piso de arriba es en el mercado de Pere Garau.

La plaza de abastos es una de las más antiguas de Palma. Está fechada en 1943. Es un mercado techado que nació libre porque no le bastó el espacio interior si no que los martes, jueves y sábados, los payeses y gitanos traen sus mercancías y las colocan en el exterior.

Pere Garau está instalado en el barrio de La Paloma, un aluvión de historias de emigración al que desde hace más de veinte años se le ha sumado la inmigración de población magrebí, africana, latinoamericana, china e india. A diferencia de otros barrios con tal mescolanza, no hay problemas de convivencia. Se nota en el mercado.

Los payeses venden en un castellano perforado de su mallorquín cerrado a la mora de Marruecos, y la gitana le hace un guiño a una paya para que compre cinco bragas al precio de una. En el suelo, el top manta de las películas pirata que venden los de Senegal. En el otro lado, se comercia con animales. Huele a pollito, a perdiz, a conejo, a liebre.

"Aquí me encuentro a gusto. Me encanta esta vitalidad. Las verduras, las frutas, son del campo de Mallorca", aprecia una clienta. También, para qué engañarnos, llegan productos de invernaderos de Almeria y Huelva. Pere Garau es una fiesta para los sentidos, se pagan precios asequibles y el tardeo se deja para la noche.

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