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Palma a la vista

La bodega Rigo vuelve a servir

El negocio con más años, fundado por Joan Rigo y famoso por su sangre de toro y sus tapas, es la nota local en la calle Sant Felio

Jaime Rigo, nieto del fundador, con Patricia Eve Levy.

Huele a pre verano de ciudad abarrotada. En la calle San Felio, casi hay que pedir permiso para atravesar ese estrecho meandro que sortea negocios de marca extranjera salvo alguna excepción. Como la Bodega Rigo, recuperada desde el 1 de diciembre por Jaime Rigo, nieto del fundador, Joan Rigo Rosselló, aquel hombretón con manos poderosas al que su nieto, sin embargo, recuerda cómo daba muerte a los pajarillos que después se servirían fritos, "de una manera muy delicada".

Corría el 1949 cuando Joan Rigo y su esposa Antonia Barceló Barceló se hicieron cargo de un pequeño local en la travesía del Born. Allí abrieron su bodega para ofrecer tintos, entre ellos, el famoso sangre de toro, que seguiría siendo reclamado en los años setenta, junto a las tapas que preparaba ella. "Le apodaron ca na brutes, fue el primero, al parecer", señala el nieto. No muy lejos, en una perpendicular de Correos, había otro matrimonio que servía los panecillos más aceitosos de la ciudad pero que eran reclamados por buenos y baratos.

En los setenta, Palma vivió a su manera cierto aire de contestación al régimen de Franco, y no muy lejos de San Felio, en la plaza Atarazanas, se vieron auténticas explosiones de libertad. El Puig de Sant Pere como lo sería sa Calatrava compartía desarraigo y degradación con una liberalidad muy creativa. Muchas de aquellas personas inquietas paraban a tomarse un sangre de toro, o dos, quizá más, en la Bodega Rigo. Fueron muy populares los sol y sombra, hechos de anís y cognac.

Jaime ha recuperado el nombre de la bodega que a la muerte de su abuelo mantuvo su hermano Juan Manuel, y después ya pasaría a manos de otros propietarios como Pedro Alomar, el mismo que montó el Atlántico a unos metros, y que cambió el espacio interior de la bodega al tirar un muro que se ha convertido en altillo. El lugar tuvo muchos nombres, Vinya de Sant Feliu, s´Aixa y Roccos. La mujer de Jaime, Patricia Eve Levy ha restaurado algunos muebles del negocio.

Ellos se conocieron en el restaurante Cap Enderrocat. "Decidimos montar un negocio propio. El local quedó vacío y hemos recuperado el nombre original que pusieron mis abuelos", cuenta Jaime. Ni qué decir que entre su clientela abundan los turistas, "pero también se acercan los clientes locales", matiza.

Sirven desayunos, comidas y cenas en un sin parar, salvo los miércoles. Se siente muy arropado por los vecinos de la calle, desde Paquita de Can Martín a Gerhardt Braun, el rumano que se ha hecho con buena parte de la calle, y a los propietarios del Rialto Living.

El ambiente que se respira es de intimidad, las luces indirectas, las maderas decoloradas, la estantería que procedía de un antiguo almacén de la calle Colón fechada en 1890, le otorgan un aire retro. Desde el altillo, se atisba la calle, su trasiego de turistas que buscan ese no va más anunciado en las guías que sitúan a Palma como el destino mimado, y que será aprovechado por trabajadores como Jaime y Patricia. Ellos lo harán sin olvidar al cliente local puesto que sus precios son razonables, 1,80 euros, una caña; un zurito, 1,20; un cortado 1,30. "He luchado por mantener precios para los mallorquines", señala. Convenció a su socio, el italiano Daniele Castagnolo.

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