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Palma a Palma

Las últimas cabinas

Las últimas cabinas

Falta ya muy poco. Las cabinas telefónicas están a punto de extinguirse. Dejarán de ser unos personajes habituales en nuestras calles para convertirse en material de fotos antiguas, de museo. Por lo visto, hoy en día todo el mundo tiene móvil. Y ya no resultan rentables.

Cuando mueran del todo, habrá que componerles una elegía. Los que vivimos las primeras cabinas, aquellas con una pieza en forma de moneda, lo sentimos entonces como una especie de milagro. Por fin podías telefonear desde fuera de casa. En medio de la calle o en un bar. Es algo que los de la generación del celular no pueden imaginarse. La dependencia total de aquel único teléfono de casa. Situado siempre en un sitio central, de manera que toda la familia escuchaba las conversaciones. Salir de casa para hablar por teléfono era una gran liberación.

Luego llegaron la cabinas como aquella que hizo famosa Antonio Mercero. Unos cubículos de vidrio, colocados en esquinas o paseos. Con unas puertas desplegables siempre mal engrasadas, que chirriaban al ser accionadas. La cabina olía mal. A orín de borracho, vómito, chicle viejo... El teléfono estaba grasiento y sobado. Pero, en contrapartida, te ofrecía una especie de extraña sensación de intimidad. Te sentías como el protagonista de una peli americana de los sesenta.

Aquellas cabinas cerradas acabaron dejando paso a las cabinas abiertas. Con un minúsculo techo de diseño. Un teléfono ya acorazado contra el vandalismo galopante. Que además se solía tragar las monedas ávidamente, muchas veces antes de hora. Las últimas cabinas estaban desprovistas de toda poesía. Mezcladas con el ruido de la calle, inermes ante la gente que pasaba o te hablaba. Había desaparecido la sensación de conversar aislado del mundo. Ahora estabas más expuesto a él que nunca.

Son estas las que lentamente van menguando. Muchas están estropeadas, otras sucias. Algunos aparatos han desaparecido y sólo queda la capelleta. Son residuos, derrelictos de un mundo en que la telefonía callejera era algo privativo, especial, ocasional. Hoy vivimos dominados, tiranizados, por el teléfono móvil. Las cabinas ya no sirven para nada.

Pasaremos por algunas calles, por ciertas esquinas, y nada recordará aquella cabina desde la que hicimos llamadas tan importantes. Que aún resuenan en la memoria aunque ella haya desaparecido.

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