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Palma a la vista

Nuevos paisajes

En la parte de arriba de Maestro Torrandell se ve el avance de las obras. L.D.

La picota en Palma cae a plomo. Los arquitectos, y solo los que pueden, ya no proyectan. Restauran. Son los elegidos por la operación de maquillaje. Unos pocos, cuatro clanes, los de siempre. El resto del gremio se las apaña con certificados energéticos. Con todo, la ciudad construida presenta nuevos paisajes más allá del plano del arquitecto. Entre sus resquicios, se cuelan los edificios que jamás vimos porque siempre había alguno delante que lo tapaba.

Antes de que llegue el movimiento de la hormigonera, en Oms, hay una ventana temporal en lo alto del pasaje del Maestro Torrandell que permite ver más allá de la Rambla. Asoman en el corte el Instituto Nacional de Previsión.

En ese hueco en el que se están cimentando una promoción de pisos estuvo hasta hace uno pocos años la librería de lance, Fiol Llibres, que estuvo regentada por Pedrona Torrens hasta el final.

La historia es vieja, repetitiva y estos días, triste. Los propietarios de los viejos edificios quieren sacarles más tajada a esos inmuebles que ya no les generan sustanciosos beneficios. Con la condición humana de por medio, es lógico que el futuro inmediato de esos antiguos alquilados sea el éxodo. O la oportunidad de ver la cara de los nuevos paisajes urbanos.

La película de José Luis Guerín En construcción es metáfora clarividente de lo que significa la especulación en las grandes ciudades. De cómo un viejo barrio, que se ha dejado caer, es contemplado con codicia por el constructor, la inmobiliaria, y la clase política sin escrúpulos que, tan bien describió en su película Huevos de oro, Bigas Luna.

Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla y desde luego Palma. No hay ciudad que se libre de los nuevos paisajes porque el urbanismo es hijo del crecimiento, y éste, no siempre es saludable.

Los viejos miran por los rotos de la tela que trata de impedir ver cómo avanzan las obras. En Oms, la travesía dedicada al músico mallorquín Torrandell permite ver desde lo alto. Y hacia abajo. Los pequeños comercios le sacan el color a una travesía ciertamente abandonada y que fue el epicentro literario de la ciudad en los años setenta. Aún quedan restos de la presencia de la librería Logos, y se recuerda el paso de Leo Sáinz con su Tótem. Sigue en la calle que es boca el fotógrafo Andreu March, que ha aliviado el escaparate para enseñar ampliadoras de revelado analógico. Y también están los del cáñamo, y los del vinilo.

Pero enfrente están los paisajes nuevos. Somos reos de nuestra desmemoria. ¿Quién recuerda cuando por la calle Olmos pasaban los coches?

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