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Libros en la basura

Libros en la basura

Los contenedores de basura ofrecen mucho material para la filosofía. Desde esos árboles de navidad que presidían el comedor apenas un día antes, a plantas bien vivas y rozagantes. Juguetes de niño en buen estado. Muebles. Guitarras rotas. Ropa. Zapatos...

Pero si hay algo que inspira melancolía es la práctica cada día más frecuente de tirar libros. No recuerdo en otras épocas haberme encontrado con tantos montones de libros en los contenedores de papel. A veces, todavía ordenados. Como si los hubiesen acabado de sacar de la biblioteca para dejarlos en el rincón de los desperdicios tal cual.

Libros de todo tipo. Técnicos, novelas, de geografía, de viajes... Se ve claramente que su responsable no los ha rechazado por alguna razón temática, sino al peso. En bloque.

Una planta en la basura produce la amargura de lo que está vivo, lo que espera atención y cariño, que ha sido rechazado y está a punto de morir. Los juguetes o la ropa infantil nos entristecen al significar una parte de la vida de alguien que ha terminado. La ingenuidad y la alegría de los muñecos o los objetos infantiles contrasta terriblemente con la suciedad de la basura. La ropa amontonada nos habla de personas desaparecidas, cuyo rastro está a punto de perderse.

Los libros son palabras e historias despreciadas. Siempre hay alguien que se detiene para hojearlos, y quizás coger alguno. Porque cada libro es como una ventana abierta a muchos mundos. Una invitación al viaje interior. Nunca pueden considerarse muertos ni inservibles.

Es triste que en esta época se tiren más libros que nunca. Resulta un pésimo indicador intelectual y social.

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